La pintura erótica oculta de Duque del Infantado
A lo largo de la historia la pintura erótica ha gozado de un gran interés, sobre todo aquellas representaciones que dejaban al descubierto el cuerpo femenino. Coleccionistas y mecenas han estado muy interesados en poseer obras con esta temática para su disfrute personal, casi siempre observándolas entre la clandestinidad y el secretismo.
A lo largo de la historia la pintura erótica ha gozado de un gran interés, sobre todo aquellas representaciones que dejaban al descubierto el cuerpo femenino. Coleccionistas y mecenas han estado muy interesados en poseer obras con esta temática para su disfrute personal, casi siempre observándolas entre la clandestinidad y el secretismo.
Uno de los casos más notables es el de Felipe II. A pesar de su rígida moral, y de ser conocido por su ferviente catolicismo, piedad, e “intachable” moralidad, el monarca era poseedor de varias obras de arte que remitían a desnudos completos y episodios eróticos. La importancia que le daba a estas pinturas puede apreciarse en el autor que eligió para crearlas: Tiziano, el principal pintor del renacimiento veneciano. Ya fue contratado por Carlos V, padre de Felipe II, para realizar sus grandes retratos, convirtiéndose en su artista preferido.
Felipe II encargó en el siglo XVI a Tiziano varias obras de mitología clásica que han sido conocidas desde el primer momento como Poesías. Las más especiales fueron Venus y Adonis y Dánae. Ambas fueron colocadas en la misma sala, una enfrente de la otra, con el propósito de que el monarca pudiera contemplar el cuerpo femenino tanto por delante como por detrás, debido a la postura de las figuras.
Estas obras se “ocultaban” en estancias privadas, lejos de la vista del resto de habitantes o visitantes de palacio. Sabemos, por ejemplo, que otro Felipe (el IV) tenía una sala en el Alcázar de Madrid, el Cuarto Bajo de Verano, donde en las conocidas como Bóvedas de Tiziano guardaba estos y otros lienzos eróticos y a la cual se retiraba después de comer para disfrutar de una placentera siesta rodeado de bellas féminas sin vestiduras.
Retrato del duque de Osuna y del Infantado que aparece en las memorias de Fernández de Córdoba.
Pero esto no era algo que hiciera solo la monarquía. La nobleza imitó las prácticas reales y también ocultaban o escondían en sus palacios gabinetes de desnudos. Ese fue el caso de Pedro de Alcántara Téllez-Girón, XI duque de Osuna y XIV duque del Infantado.
Gracias al testimonio del teniente general Fernando Fernández de Córdoba, marqués de Mendigorría, que en 1886 publicó Mis memorias íntimas, sabemos que nuestro duque disfrutaba de una de estas pinturas tan especiales en su palacio de Madrid. En estas memorias, Fernández de Córdoba recuerda sus años de juventud, en los que gozaba de una gran amistad con el duque del Infantado. Le tenía un gran cariño, pues lo describe como cabeza de la primera sociedad madrileña y poseedor de un talento poco común, rememorando también las comidas que el duque ofrecía en su casa para amigos y personajes de la alta sociedad. Pero esas comidas y cenas se hacían muy largas, y los personajes de mayor edad abandonaban antes el festín. Fernández de Córdoba hace alusión a que en el momento en que se quedaban solos los más jóvenes, los temas de conversación se volvían más alegres y menos serios.
Nos cuenta el teniente general que “una noche, servido el café, encendidos los cigarros, saboreando cierto licor turco que por lo aromático hacíase traer el duque de Constantinopla, y despedidos los criados, hízonos observar a todos un cuadro misterioso que representaba una mujer desconocida y hermosa, envuelta en pieles y telas de invierno, que solo permitían entrever un divino semblante. Quedamos todos los concurrentes, viejos y jóvenes, extasiados ante aquella imagen, magistralmente ejecutada por uno de los primeros artistas de París; mas imagínense mis lectores cuál sería nuestra sorpresa y sentimientos, advirtiendo que por medio de un sencillo resorte que el cuadro poseía, comenzaron a desaparecer a nuestra vista las telas, pieles y velos que vestían a la elegante dama y ocultaban sus secretos encantos, hasta dejarla en el propio estado en que se encuentran las dos obras maestras de Tiziano existentes en nuestro Museo Nacional. Una salva de aplausos saludó el artificio, valiendo a Osuna una magnífica ovación”.
La fama de hombre serio, respetable, educado y sofisticado del duque no impedía que en la intimidad, y rodeado de sus amigos más sinceros, disfrutara de una pintura sensual que engañaba a todo aquel que pasaba por delante de ella y no gozaba de la confianza del duque, el cual solo mostraba sus secretos a aquellos que consideraba dignos de admirar tal ingenio.