La Roldana, una maravilla en Guadalajara
En cuanto a la Roldana, fue la primera mujer que logró ser nombrada escultura de cámara sirviendo tanto a Carlos II como al primer rey Borbón de España, Felipe V.
Tenemos una ciudad llena de maravillas que no siempre son conocidas ni reconocidas y, quizás por ello, nuestro patrimonio se encuentre tan abandonado por instituciones y particulares desde hace décadas, especialmente el legado urbano.
Como dice María Xosé Agra, profesora de Filosofía moral y política de la Universidad de Santiago de Compostela, preservar lo que nos llega del pasado tiene un fin que no es el mero almacenamiento de cosas antiguas, sino que la memoria de todo ello nos habla, en verdad, del futuro.
Así, los no siempre suficientemente bien dotados equipamientos culturales de Guadalajara como, por ejemplo, la Biblioteca del Estado, el Archivo Provincial y, por supuesto, el Museo, cuya sede es el emblemático Palacio del Infantado, se encargan de conectar el presente con el futuro a través de una pasarela que empezó a construirse en tiempos pretéritos.
Ustedes lo saben bien: tenemos un museo lleno de tesoros de bellas artes, etnografía y la siempre fascinante arqueología. Un recorrido por la exposición permanente del Museo de Guadalajara es mucho más que un paseo entre cosas bellas, ya que permite explicarnos cómo somos en la actualidad e, incluso, reflexionar sobre la manera en que nos gustaría que nos vieran en el futuro.
Y así, transitando por los pasillos del Museo -─la casa de las musas; en este caso musas alcarreñas-─ nos topamos con dos conjuntos escultóricos hechos en terracota que son una auténtica maravilla. Los esculpió Luisa Roldán, conocida como la Roldana, en pleno Barroco, seguramente entre los años 1692 y 1706.
San Joaquín, Santa Ana y la Virgen Niña. Luisa Roldán 'La Roldana' (1692-1706). Museo de Guadalajara.
Estas esculturas policromadas proceden del antiguo Monasterio de Sopetrán y presentan dos pasajes de la vida de la Virgen Niña con sus padres, Santa Ana y San Joaquín, y otra sobre los primeros pasos del Niño Jesús. La delicadeza de su factura es asombrosa y la viveza que transmiten nos mete de lleno en las escenas familiares que representan, donde los personajes se muestran expresivos, cotidianos, humanos. De hecho, en palabras del director del Museo, Fernando Aguado Díaz, «solo da idea de su trascendencia religiosa por los ángeles que forman el acompañamiento».
En cuanto a la Roldana, fue la primera mujer que logró ser nombrada escultora de cámara, sirviendo tanto a Carlos II como al primer rey Borbón de España, Felipe V. Con ese título de escultora de cámara firmaba sus obras, si bien le trajo más prestigio que dinero, llegando a pasar ella, su marido y sus dos criaturas verdaderos apuros económicos.
Hablando de su esposo, la boda con él trajo a nuestra Roldana más de un disgusto con el padre. Ella deseaba casarse con un aprendiz de escultor llamado Luis Antonio de los Arcos, a lo que se oponía frontalmente el progenitor. Tras diversas vicisitudes casi novelescas, la joven pareja conseguía unirse en matrimonio y establecer un taller en el que trabajar codo con codo. No obstante, el cónyuge era mucho menos talentoso que Luisa, quien adquirió una notable fama que la llevó de Sevilla a Cádiz, y de esta ciudad a la corte madrileña.
Su justa celebridad fue tal que Antonio Palomino tuvo a bien incluirla en el canon de su tratado de pintura y escultura de comienzos del siglo XVIII, aunque su posición como artista era excepcional en relación a las mujeres de su época. Formada en el taller de su padre, el magnífico escultor Pedro Roldán, lo cierto es que desde joven destacó por su destreza artística. Además, la vida de Luisa y sus hermanas nos indica que la participación de las mujeres en los negocios familiares era mucho más activa de lo que se contaba.
En 1914, nuestro paisano Marcelino Villanueva y Deprit, decidió pasar la Semana Santa en Sevilla, acerca de lo cual escribió una crónica en Flores y Abejas en la que decía: «Los extranjeros no salían de su asombro. Sus exclamaciones iban en aumento. Las esculturas de Montañés, y La Roldana, los enloquecían. Las vestiduras de la imágenes y las alhajas que las adornaban eran un alarde de riqueza (…). Indudablemente la Virgen tenía que ser así: Montañés y La Roldana la soñaron».
Tal vez los próximos días «santos» vuelva a visitar el Museo de Guadalajara. No sé si al detenerme frente a las obras de la Roldana lleguaré a sentir la exaltación de Villanueva y Deprit, aunque, sea como sea, deleitarse con ellas siempre es una muy buena experiencia.