La tía de Cervantes, nuestra vecina
A mi abuelo le hubiera gustado una barbaridad que le contara las andanzas de la tía de Cervantes, historia que de no haberse producido, hubiera dado lugar a que el más grande de los literatos naciera en Guadalajara.
Llega el Día del Libro, una fecha muy especial que desde España se extendió, gracias a la UNESCO, al resto del mundo. Esta jornada de pasión por los libros y de amor a la lectura que conmemora el aniversario de la muerte de Cervantes, tiene para mí un significado adicional, pues fue un 23 de abril cuando nació una de las personas más importantes de mi vida y de la de mi familia: mi abuelo Félix.
Culto y curioso como era, estoy convencida de que al Mocho, que era el mote con el que en Cifuentes se conocía al abuelo, le hubiera gustado una barbaridad que le contara las andanzas de la tía de Cervantes, historia que de no haberse producido, seguramente hubiera dado lugar a que el más grande de los literatos naciera en Guadalajara y no en la vecina Alcalá.
Luis Astrana Marín, periodista y ensayista del siglo pasado, nos legó, a través de los siete volúmenes de su obra Vida ejemplar y heroica de Miguel Cervantes Saavedra, el jugoso pasaje de cómo el padre de Cervantes arribó a Guadalajara para entrar al servicio del tercer duque del Infantado y de cómo, años después, ya con el cuarto duque, tuvo que marchar a la ciudad complutense.
El 30 de abril de 1527, don Diego Hurtado de Mendoza nombró al licenciado Juan de Cervantes lugarteniente de la Alcaldía de Alzadas, un puesto bien remunerado y de la absoluta confianza ducal, pues don Diego controlaba todo cuanto pasaba en Guadalajara, incluida la Administración de Justicia local. Así pues, trasladose Cervantes junto a su familia a nuestro municipio, entre cuyos miembros se encontraba su hija María.
Escena callejera en las inmediaciones de la antigua Ronda y la calle de los Pescadores, donde vivió María de Cervantes. Fuente: Guía del Turista en Guadalajara (1914).
Sin embargo, las relaciones con la casa del Infantado se vieron alteradas por los amores que María de Cervantes mantuvo con uno de los hijos bastardos de don Diego, en concreto con Martín de Mendoza, apodado el Gitano. Según relata Astrana Marín, «en 1488 acudió a Guadalajara, con motivo de la festividad del Corpus Christi, una cuadrilla de gitanos. Ejecutaron un vistosa zambra en el palacio del segundo duque, y tanto la familia Mendoza como otros muchos señores que asistieron con regocijo (…). Entre las danzarinas, sobresalía extraordinariamente por su hermosura garbo y donaire, una de nombre María Cabrera”.
Don Diego, todavía conde de Saldaña, se encaprichó de la gitana y fruto de la relación nació el ya mencionado don Martín de Mendoza, que «fué hombre de buena estatura, seco y moreno, conforme a la madre». El vástago fue educado con esmero y pronto su padre le encaminó hacia la vida eclesiástica, consiguiendo para él los arcedianato de Guadalajara y Talavera e intentando, sin éxito, que llegara a ocupar el arzobispado de Toledo. El caso es que cuando la familia Cervantes se instala en Guadalajara, donde permanecerá tan solo cinco años, el conocido como el Gitano se enamora de doña María, con quien mantiene una relación prolongada.
Ante estas circunstancias, el licenciado Cervantes, a la vista de lo irremediable de ese vínculo, decidió asegurar el porvenir de su hija logrando que Martín suscribiera una obligación para con María de seiscientos mil maravedíes, cantidad que fue reclamada ante «el alcalde ordinario de Guadalajara, el noble señor Francisco de Cañizares, y escribano Juan de Cifuentes» el 2 de abril de 1532. El litigio fue largo y, por momentos, rocambolesco, así que Juan de Cervantes, «hombre inteligente, precavido y astuto» tomó la decisión de «levantar su casa de Guadalajara y trasladar lo mejor o todo de ellas, con su mujer y su hija, a Alcalá de Henares», temeroso de lo que suponía enfrentarse a los todopoderosos Mendoza.
Finalmente, y no sin lío, hubo sentencia en la que todo el mundo resultó condenado. Doña María de Cervantes recibió sus maravedíes, pero también tuvo que abonar junto con su padre in solidum un ducado en concepto de salario al licenciado Segundo, hacedor del veredicto, por «los días que me he ocupado en este negocio, conforme a la provisión de Su Majestad».
Todo esto se lo contaría a mi abuelo, como también los intentos a lo largo del proceso de dejar a don Martín como un excepcional y dadivoso caballero y a doña María como una aprovechada que le gustaba vivir rodeada de lujos. Aunque al final se hizo justicia, a ojos de hoy no parece tan justo que una familia tuviera que abandonar su residencia y su modo de vida por pedir el cumplimiento de un acuerdo que no pretendía más que proteger a una mujer que había sido «deshonrada» y que, por tanto, se situaba en los márgenes de la exclusión social. En fin, que el escritor del Quijote hubiera podido ser guadalajareño si sus abuelos no se hubieran ido a Alcalá. ¿Se lo imaginan?