La torre de Ábalos
Al igual que ustedes, no sé en qué acabara el caso del asesor del exministro que al parecer hizo su agosto, como tantos otros, en los días más aciagos del 2020.
La situación fue la siguiente: emitía la televisión pública canaria un pequeño debate sobre las comisiones cobradas en la compraventa de material sanitario durante la pandemia, hablando del caso Koldo y del exministro Ábalos, cuando uno de los intervinientes puso sobre la mesa otro asunto que implica a un poderoso empresario canario, también exdiputado regional. Inmediatamente fue cortado en seco por la presentadora: “Vamos a ceñirnos al tema”, le dijo al periodista que había mencionado la cosa. “Es que está absolutamente ceñido al tema”, insistió este. “Órdenes de dirección”, concluyó la presentadora, entre temerosa y aturdida.
Al igual que ustedes, no sé en qué acabara el caso del asesor del exministro que al parecer hizo su agosto, como tantos otros, en los días más aciagos del 2020, cuando nuestros mayores agonizaban en las residencias y nosotros estábamos confinados en casa. La corrupción es una lacra en todos los países. En las dictaduras lo es por ser su medio natural, por no existir resortes en contra sino incentivos, por formar parte de su ADN, que poco a poco va fagocitándolas. En las democracias, por corroer todos los mecanismos de funcionamiento del sistema. Nada destruye más que la corrupción, que diluye la confianza y arrasa la legitimidad de unos sistemas políticos que son débiles por definición, que se asientan en la certidumbre de que los comportamientos se ajustan a las normas dadas entre todos.
Es curioso por ello que, de repente, salten unos y otros a la yugular del contrario, del rival político. Mucho me temo que, en aquel momento, a la pandemia me refiero, se relajaron tanto los controles, se impuso de tal manera la urgencia, que los más vivos, los más picaros, los que se mueven como pez en el agua en medio del engaño, aprovecharan la ocasión para dar el pelotazo y hacerse con unos centenares de miles de euros. En un país de lazarillos acostumbrados a comer las uvas de tres en tres, a dar gato por liebre, no se podía esperar otra cosa.
Brota la indignación, pero lo hace por barrios. Vuelve la corrupción de toda la vida, la normal, esa que nos cabrea pero no nos sorprende. Corrupción con aroma de gambas a la plancha y puticlubs; corrupción que mueve al choteo y la irritación. Ahora bien, si a usted sólo le molesta la corrupción de un partido en concreto, pero no la del otro (del suyo), no es la corrupción ni lo que le preocupa ni lo que le molesta. Ábalos se atrinchera en su plaza, en su torre del homenaje, veremos lo que le dura y cuánto. Ojalá caigan, con la suya, todas las torres construidas al calor de la infamia.