La vida de ayer

19/10/2019 - 11:39 Marta Velasco

En la vida de ayer, en vez de nube, teníamos el cielo, lugar divino, el tiempo, sin series televisivas, duraba más.

Ayer, buscando en mi librería, encontré un libro perdido que nunca he olvidado del todo: La vida instrucciones de uso, de Georges Perec, una  auténtica revelación cuando lo leí hace veinticinco años, y ahora lo vuelvo a leer a pedazos, con la impaciencia de un encuentro entre antiguos amigos y con la ilusión de encontrar a mis favoritos, al gran gato voyeur Pulgarcito, a las hermanas Breidel, Ana y Beatrice - Beaumont, 4 - que me encandilaron en las seis páginas que dedica Perec a  sus vidas,  sus estudios, su dieta, sus manías, su cuarto de baño y sus sueños, tan parecidos a los míos. Y a los de su abuela, amante de un boxeador del que solo conserva el albornoz de combate...  Y las historias de tantas familias con sus detalles, de tantos vecinos que permanecen, vivos o muertos, en un inventado edificio parisino que Perec ha construido para ellos y desarma y vuelve a armar como un gran puzle. Una magia.

El libro de Perec es un método para transitar por la existencia y su edificio en la calle Simon-Crubellier de Paris, sin fachada, como la casa de la Rue del Percebe, es nuestro mundo, con unos personajes que se relacionan como lo hacíamos antes de la tecnología. Un universo donde caben varias generaciones, con virtudes y pecados.  Era así la vida de antes, sin wasaps ni mensajes de texto, sin internet ni compras por Amazon. Este mundo de hoy no es ya el de nuestros antepasados, ni siquiera el de Perec y en ese sentido han hecho bien en retirarse y descansar en nuestro recuerdo con su humor, su inteligencia y bondad, tal como eran.

No me atrevo a decir que la vida de ayer fuera mejor porque seguramente era peor, los derechos y las libertades son ahora patrimonio de todos los ciudadanos. Vivimos más y estamos más sanos. Viajamos más, nos informamos más y comemos mejor. Pero el crecimiento demográfico hace la vida más difícil.

En la actualidad tenemos una ley de protección de datos  porque somos una casa abierta y todo lo que hacemos, compramos, deseamos, votamos, leemos, escuchamos y opinamos es un asunto público, gracias a la tecnología y la globalización, que nos une y nos separa, que nos informa y nos miente, que nos manipula, que sabe más de nosotros que el mismo Dios y hoy todo, todo, lo que somos está en la nube. Ahora, como siempre, es posible el postureo y el engaño, pero solo para los incautos, porque el ojo del Gran Hermano lo sabe todo. Y Hacienda, también.

En la vida de ayer, en vez de nube teníamos el cielo, lugar divino. El tiempo, sin series televisivas, duraba más, había menos burocracia y más meriendas junto al río. A mí la vida se me está quedando corta a pasos agigantados, pero el edificio parisino de Perec, desprovisto de fachada, en esta segunda lectura, se parece bastante a mi muro de Facebook con tanto cotilleo. Au revoir.