Las delicias de Mencía


Mencía de Mendoza, que como primogénita heredó de su padre el título de marquesa de Cenete, hizo del castillo de Jadraque la residencia habitual en sus estancias en nuestro país. Por sus muros, gracias a Mencía, pasó una colección pictórica envidiable.

Apenas hace unos días que hemos celebrado el Día Internacional de los Museos, este año centrado en las posibilidades que ofrecen para encarar los retos de hoy desde la creatividad y la innovación. Lo cierto es que los museos, lejos de ser aburridos contenedores de bienes culturales y artísticos, desean mantener un diálogo permanente con la sociedad, pues, al fin y al cabo, son los custodios, conservadores, investigadores y divulgadores de una parte importante de nuestra memoria y de nuestra idiosincrasia como comunidad.

Aquí, en el Museo de Guadalajara, el más antiguo de los provinciales en España, podemos disfrutar de sus tres fantásticas colecciones: bellas artes, arqueología y etnografía. A través de su exposición permanente, Tránsitos, logramos explicarnos cómo somos en la actualidad, haciendo un recorrido desde nuestro pasado y comprobando nuestra evolución histórica mediante la tecnología, la relación con la naturaleza, la estructura social, la posición de las mujeres, la concepción de lo trascendente… y, aún así, nos percatamos de que las grandes preocupaciones del ser humano no han variado tanto desde la más remota antigüedad.

Quizás por esto, el afán de coleccionar objetos pueda considerarse consustancial a la humanidad. El deseo de rodearse de cosas bellas o, sencillamente, únicas, con el contenido simbólico que a ello otorgamos, se encuentra en el origen de los museos: la casa de las musas, protectoras de las artes y las ciencias.

Y todas estas deliberaciones nos llevan suavemente a una dama mendocina nacida en 1508 en el castillo de Jadraque, adonde ya de adulta gustábale regresar de vez en cuando. Se trata de Mencía de Mendoza y Fonseca, amante de las artes, humanista y propietaria de un fondo artístico fabuloso.

Fragmento del 'Jardín de las delicias del Bosco'. Fuente: Museo del Prado. 

Siendo una quinceañera muere su padre (la madre había fallecido dos años antes), convirtiéndose en una rica joven a la que pretenden las familias más poderosas del reino. Finalmente, Carlos V decidió que se casara con Enrique III de Nassau, señor de Breda, por lo que acaba trasladándose junto a su esposo a esa ciudad en 1530. Allí se rodea de artistas y humanistas y, además, reúne una colección de cuadros de pintores destacados, como era el caso del ya difunto el Bosco.

Según parece, el primer acercamiento entre Mencía y el Bosco fue gracias a El jardín de las delicias, tríptico del que su marido era dueño. Fue tanta la fascinación por este genio de los pinceles, que la jadraqueña se empeñó en adquirir tanto obras originales como copias de taller; afición la de coleccionar que compartía con otros personajes de la época, pues las creaciones del Bosco estaban verdaderamente codiciadas. 

Mencía de Mendoza, que como primogénita heredó de su padre el título de marquesa de Cenete, hizo del castillo de Jadraque la residencia habitual en sus estancias en nuestro país. Por sus muros no solo pasó el Cid siglos atrás,sino también, gracias a Mencía, una colección pictórica envidiable en la que abundaba la temática religiosa, pero también retratos (género que se había puesto de moda entre la nobleza) y, tal vez lo más atractivo para nuestra sección Vindicaciones, una serie de representaciones femeninas que el profesor de la UAH Álvaro Pascual Chenel relata así: «una mujer desnuda tumbada (posiblemente una Venus), una dama alemana con muchas plumas en la cabeza, una mujer que se estaba clavando un puñal (Lucrecia), una mujer con la cabeza de un hombre en la mano (Judit con la cabeza de Holofernes), una dama con un laúd en las manos, una dama vestida de brocado carmesí y con un tocado de perlas, cinco diosas de la galería del palacio de Bruselas, una dama vestida a la flamenca y la diosa Venus y Cupido».

En 1538 se muere el conde de Nassau, a quien sucede su hijo, fruto de un matrimonio anterior al de Mencía. Esta situación provocó que nuestra marquesa regresara a España, donde contraerá segundas nupcias y se instalará en Valencia, pasando allí los últimos días de su no muy longeva vida, sin dejar nunca de ampliar su colección de arte. 

Durante el traslado de sus pertenencias, se cree que perdió parte de la pinacoteca en un naufragio, lo que motivó que pidiera a su agente en Amberes que se hiciera con nuevos cuadros del Bosco. Desde luego, la admiración que Mencía de Mendoza y Fonseca profesaba al Bosco era grande, como también la que sentía por el humanista Juan Luis Vives, de quien fue discípula.

Pero, volviendo al presente, ya no es necesario ser un adinerado coleccionista para deleitarse con el arte; los museos, sobre todo los públicos, han democratizado el disfrute de todos estos tesoros, por lo que les animo a que vuelvan a visitar el Museo de Guadalajara, con sede en otra obra artística embelesadora, esta vez arquitectónica: el Palacio del Infantado.