Lejos de los niños
Estos días deben ser para los niños, para la ilusión, los juguetes y para ver en la tele 'Descubriendo Nunca Jamás', por ejemplo.
Salgo a la terraza a pulsar el ambiente nocturno. Hay silencio en la calle interior, aunque antes he oído petardos retumbando entre los edificios. Casi todas las terrazas están iluminadas con bombillas intermitentes y de colores. No se ve ni una estrella, ni siquiera la de los Reyes Magos que iluminaba en mi niñez el prodigioso cielo seguntino. Pienso con nostalgia que hace unos años, estábamos aquí o allá, pero acompañados de hijos, nietos, padres, hermanos, tías, primos, amigos y añadidos. El Covid nos impide viajar y reunirnos, así que propongo esta crónica navideña o covideña, semejante en muchas familias.
Estos días deben ser para los niños, para la ilusión, los juguetes y para ver en la tele Descubriendo Nunca Jamás, por ejemplo. Viendo esta película, estupenda para nostálgicos, se puede llorar con fundamento, porque todo lo que nos aleja de la niñez y de Peter Pan es carcunda, no lo duden.
He tomado las uvas al raso, con mis vecinos-burbuja y con sus hijos, un hermano americano y su encantadora esposa japonesa. Y con el pequeño Teo que quería hacer negocio conmigo cobrándome las bebidas de la nevera de su abuela, me temo que va para comisionista. La compra se frustró porque yo propuse pagar por bizum y él tiene ocho años, no tiene móvil ni cuenta para la transacción, es la primera vez que me siento superior en tecnología, y seguramente será la última.
Los niños son listos, pero, con la futura Ley de Educación, solo tendrán que saber lo poco que no quepa en su teléfono. Tendrían que estudiar tanto y tan bonito: ciencias, música, literatura, matemáticas, historia … para ser felices y para poner en su sitio a los que desacreditan y ningunean nuestro hermoso idioma y nuestra gran historia. Lo triste en este tiempo incierto es que, en la esperanza de llegar a la vieja Europa, miles de niños pasan frío y hambre en las fronteras de la libertad y estamos muy lejos de ellos.
He asistido al Concierto de Año Nuevo, directamente de Viena a mi butaca, con Barenboim, dirigiendo. El concierto es precioso, tradicional y con pocas sorpresas, esta vez han cantado los músicos y bailado los caballos blancos de la Escuela de Doma. Los valses y polkas de los Strauss nunca defraudan y siguen dando calor al invierno vienés que es un helado de nata y fresa.
Por fin han venido los Reyes y los niños pasean con su ropa nueva, con su ilusión, con sus juguetes, no importa de qué color azul o rosa sean, aunque se manifieste en contra el ministro Garzón y sus coleguillas. Mi amigo Teo, recién llegado al uso de razón, le hubiera vencido de largo debatiendo sobre esa pamplina, no quiero hacer mofa del prócer por ser Navidad. El día seis es el que más me gusta: lo paso con mis hijos y nietos, acaba el tiempo navideño y puedo regresar a la espantosa vida rutinaria que me gusta tanto.