Lorenzo de Grandes
Con Lorenzo aprendí cosas bonitas, por ejemplo, como es un pato mudo, un viburnum o un longueirón, y que los jureles son feos como cuervos asados, pero están muy buenos a la brasa.
En esta catástrofe en la que vivimos actualmente creyendo que es una película de terror, de repente nos ha golpeado la realidad con la triste noticia de que Lorenzo de Grandes se había ido casi sin avisar. Nunca creímos que pudiera traspasar esa barrera hacia la eternidad, porque Lorenzo parecía indestructible, tan permanentemente vivo, triunfador de las adversidades, siempre fuerte, feliz y alejado de algo tan tedioso como debe ser la muerte.
Lorenzo era un hombre bueno, simpático, elegante y cordial, con el aire de un noble de la campiña inglesa. Sabía de todo, cosas antiguas y modernas y, unas veces, con el azadón y el botijo, le daba al terrón de su preciosa huerta rodeada de flores, plantando patatas y tomates, y otras se dedicaba a la joyería fina y fundía en un crisol las joyas heredadas de Alicia para hacer otras más bonitas. Lorenzo era amante de las personas, de los perros y de la naturaleza, un buen escritor, excelente anfitrión, un sofisticado catador de vinos o el chef de unos garbanzos con carabineros insuperables. Encuadernaba libros, arreglaba cachivaches, pintaba cuadros enormes y jugaba al golf como un profesional. Sabía mil historias sobre Sigüenza y tenía sobornado al tiempo, que le permitía hacer un millón de cosas en una sola jornada.
Cuando hace años colaboramos en un libro sobre pintores seguntinos que coordinaba y editaba mi hermana Toya, yo pensé que lo que Lorenzo hacía en un solo día eran una exageración suya. Pero con sorpresa me fui dando cuenta de que era verdad. Amanecía con el alba para ir a cazar, desayunaba en el Atrio, hacía la compra y cocinaba con la ayuda de su hermano Jaime delicias para toda su familia. Coleccionaba todo, era un gran documentalista y perito en flora y fauna. Con Lorenzo aprendí cosas bonitas, por ejemplo, como es un pato mudo, un viburnum o un longueirón, y que los jureles son feos como cuervos asados, pero están muy buenos a la brasa.
El 23 de marzo recibimos la noticia que no querríamos haber oído nunca y Lorenzo se hizo prueba patente de la aniquilación que estamos sufriendo…Porque ¿qué maldición, qué castigo es este virus que no nos ha permitido ni siquiera darnos un abrazo en casa por nuestro amigo perdido? Ni acompañar a su mujer y a sus hermanos, ni reunirnos a hablar de él, a celebrar su vida, a estar juntos y decir qué maravilloso amigo fue, cuanto nos hemos reído con sus historias y qué agradable y fácil resultaba todo cuando estaba con nosotros. Así que hemos llorado por separado, por su ausencia, porque le añoraremos mucho, en Madrid, en Sigüenza o en Galicia…
Lo importante es que disfrutó la vida en toda su dimensión, que aprovechó todos los minutos que le correspondieron, con Alicia, con sus hermanos, con sus amigos; que fue feliz y nos hizo felices a los que tuvimos la suerte de ser sus amigos, que no le olvidaremos. Duerme en paz, Lorenzo, amigo mío.