Los orígenes del 'ocho de marzo'
Esta efeméride atesora una estimable carga histórica que considero útil tener presente, pues sabiendo dónde se encuentran sus raíces, se me antoja más difícil la distorsión a la que en ocasiones se ve sometida.
Hay veces en las que vale la pena tomar distancia de los acontecimientos para poder valorarlos con la mayor objetividad posible. Alejarse de la sentimentalidad y aproximarse a la racionalidad es un sano ejercicio a realizar de vez en cuando que permite observar ciertos hechos con más ecuanimidad. Creo que ha sido el caso del último «ocho de marzo», jornada que ya conmemoramos hace casi veinte días y sobre la cual no me he sentido con ganas de escribir hasta ahora.
El Día de las Mujeres es un momento para la reivindicación de la igualdad real y efectiva entre los sexos y, por tanto, también para denunciar los obstáculos que nos impiden alcanzarla plenamente. Por ello, he de confesar que, habiendo una descomunal lista de días internacionales para celebrar, señalar, visibilizar, incluso condenar una gran variedad de cuestiones −cosa que me parece sinceramente bien−, es sorprendente cómo en algunas de las manifestaciones llevadas a cabo se reclamó de todo, aun con riesgo de relegar a planos secundarios los planteamientos propios del movimiento feminista.
Esta efeméride atesora una estimable carga histórica que considero útil tener presente, pues sabiendo dónde se encuentran sus raíces, se me antoja más difícil la distorsión a la que en ocasiones se ve sometida. Las Naciones Unidas la vienen conmemorando desde 1975, coincidiendo con el Año Internacional de la Mujer y, también, con la Primera Conferencia Mundial de la Mujer, la cual se desarrolló en México. Pero la simiente que dio lugar a este evento se esparció bastantes años antes desde los Estados Unidos, a pesar de que ese personaje siniestro apellidado Putin haya proclamado que su origen se encuentra en Rusia.
Primer 'ocho de marzo' conmemorado en España (Plaza de toros de Madrid), 1936. Fuente: Mundo Gráfico.
Todo parte de una convención de féminas celebrada en Chicago en 1908. La Federación de Clubes de Mujeres Socialistas había decidido celebrar el primer Women´s Day (Día de las Mujeres), y, además, hacerlo con independencia respecto del partido. Sus reivindicaciones fueron apoyadas por el Partido Socialista que, un año más tarde, aprobó la celebración del Día Nacional de las Mujeres, determinando que el último domingo de cada mes de febrero, todas las agrupaciones prepararían un acto público en favor del sufragio femenino y de la igualdad.
El movimiento sufragista ya era imparable y un gran número de mujeres americanas socialistas se estaban constituyendo en grupos autónomos para exigir sus derechos, entre ellos el voto. Esta actitud de organizarse en los márgenes de los partidos políticos no ha sido excepcional a lo largo de la historia de las mujeres; sin ir más lejos, hace casi un mes, se presentó en Madrid la asociación Feministas Socialistas, nacida con el objetivo de seguir profundizando en una aspiración básica del feminismo: la abolición de la prostitución, de los vientres de alquiler y del género.
Volviendo a lo que estaba aconteciendo en los EE. UU. a comienzos del siglo pasado, el Partido Socialista de aquel país tomó una decisión que resultó trascendental, consistente en crear un comité presidido por la extraordinaria May Wood Simons para introducir la agenda sufragista en su ideario. Así, en 1910, tuvo lugar un nuevo encuentro feminista, en esta caso en Nueva York, que supuso un éxito rotundo y, al poco, se eligió la delegación americana que iba a participar en la II Internacional de Mujeres prevista para ese verano en Copenhague. Nuestras sororas tenían un propósito claro: convertir su Día Nacional de la Mujer en una fecha mundial.
Esta idea acabó siendo aceptada por Clara Zetkin, aunque se dejó la elección del día concreto al criterio de cada país. Así, en muchas naciones se escogió el 18 de marzo en recuerdo del 40º aniversario del levantamiento de la Comuna de París (en Austria, por ejemplo, marcharon por la Ringstrasse de Viena unas veinte mil mujeres), no llegándose a instituir el primer «ocho de marzo» hasta 1914 en Alemania. En España hubo que esperar a 1936, cuando cincuenta mil mujeres se congregaron en la plaza de toros de Madrid en un acto promovido por el Frente Popular.
En el periódico alcarreño y de izquierdas Abril se mencionaron a algunas de las intervinientes en el mitin antes aludido con el deseo de que como diputadas recién elegidas llevaran al Congreso la voz de las mujeres. El de la plaza de toros constituyó un acto plural dentro de la órbita del republicanismo, en el que tomaron la palabra Catalina Salmerón, hija de Nicolás Salmerón, quien fuera presidente de la I República, la comunista Dolores Ibárruri y la socialista Julia Álvarez, que sustituyó en el último momento a Victoria Kent, la cual pertenecía a Izquierda Republicana.
La verdad es que esta pluralidad me retrotrae nuevamente a las socialistas estadounidenses y su viaje a Dinamarca con la misión de extender al orbe el Día de las Mujeres. La mayoría de ellas no comulgaban con lo establecido en la I Internacional acerca de no tejer alianzas con otras entidades sufragistas fuera de su ámbito ideológico. En este sentido, he de reconocer que me identifico plenamente con la posición mantenida por May Wood Simons y sus compañeras, que además de apostar por la cooperación con otras asociaciones, entendían que las demandas feministas no debían subordinarse a los intereses de los partidos, sino que estos debían incorporarlas por una cuestión de coherencia democrática.
Y para finalizar las vindicaciones de esta quincena, qué mejor que citar a Clara Campoamor, que en 1920 dijo esto del ocho de marzo: «En la época pasada, esta fiesta era la expresión pública de los afanes de amplitud social que expresaba la compañera del hombre; hoy, que éstos son realidad u ópima esperanza, se pretende que el Día de la Mujer sea una consagración de su triunfo y una exaltación de su labor social como copartícipe de los grandes derechos y deberes de la vida».