Los otros mensajes sonoros en la comunicación de nuestras comunidades

19/02/2023 - 16:58 José Antonio Alonso/Etnólogo

Hubo otros códigos sonoros, menos conocidos, pero que también tuvieron su importancia en la comunicación colectiva.

En la cultura tradicional, a la hora de comunicarse, la expresión oral es fundamental, lógicamente; tampoco hay que olvidarse de la expresión escrita y del arte popular (artesanía, música, danza, etc.), pero hoy hablaremos de otras formas de comunicación, menos conocidas, pero que también tienen su importancia en esta cuestión.

Hay una serie de códigos conocidos y usados por la comunidad, que también servían para comunicarse entre los miembros de la misma. Recientemente, la declaración, por parte de la UNESCO, del “toque manual de campanas español” como patrimonio inmaterial, ha vuelto a poner de actualidad este código de comunicación que servía para transmitir mensajes relacionados con el mundo religioso y civil (toques de oración, alarmas de incendio, toques de difunto, convocatorias a concejo, a trabajos comunales, etc.). No insistiré sobre la importancia del tema, puesto que, como digo, ha sido recientemente tratado. 

También las campanillas de menor tamaño jugaron su papel en la comunicación de mensajes. En Tartanedo, por ejemplo, se tocaba un campanillo por las calles para comunicar la muerte de algún miembro de la Hermandad.

Carraca o matraca de torre. Colegiata de Pastrana.  Foto: José Antonio Alonso.

En relación a los códigos sonoros de comunicación tradicionales, tenemos que hablar también del sonido de las carracas que, en Semana Santa, sustituyeron y, todavía hoy, sustituyen en algunos casos, el sonido de las campanas. Hablamos de carracas, carracones y carracas o matracas de torre, pues la Colegiata de Pastrana alberga todavía un ejemplar que sirve para convocar a los fieles, en Semana Santa. Sin salir de nuestra región podemos encontrarnos con otros ejemplares (Chinchilla, Torrijos, Toledo). Ciertos toques de matraca, sirven así mismo para transmitir mensajes, en relación a la organización de algunas procesiones de ese tiempo litúrgico.

También las caracolas marinas sirvieron para sustituir a las campanas en algunos momentos de la Semana Santa (Palazuelos, Abánades, etc.). Pero el sonido de las caracolas sirvió además para otros menesteres, como el toque de dula para convocar a los ganados, convocar actos, o dar pregones. Para estas cuestiones también se utilizó el toque del cuerno y la trompeta de pregonero, fabricada en metal y que se adquiría en ferreterías y tiendas de las grandes poblaciones. Al sonido del toque del cuerno acuden las botargas y mascaritas del carnaval de Almiruete; seguramente el sonido del cuerno sirvió para localizarse entre los pastores o para avisarse de posibles peligros, especialmente durante la noche, como la llegada del lobo.

Y es que, dada la necesidad de transmitir mensajes, en una sociedad sin los recursos técnicos actuales, las comunidades echaban mano de lo que tenían. Los bandos de la autoridad se realizaban oralmente por parte de los pregoneros, previo toque de atención al vecindario, a través de gaitas, caracolas o tambores. Pero, a veces, existieron algunos códigos específicos. En Abánades, por ejemplo, el pregonero daba un “pitazo” si el pregón procedía del presidente de la Junta del Monte, o dos “pitazos” si procedía del alcalde. En Megina, el alguacil y los vecinos distinguían entre los pregones de venta (un toque de trompetilla), los pregones de alguna hermandad u organización del pueblo (dos toques) y los  del Ayuntamiento y del alcalde (tres toques), (datos del Cancionero de Guadalajara de A. Lizarazu, pp. 827, 828); en Peñalver, Sánchez Mínguez escribió que el alguacil tocaba su “turuta” para emitir diversos mensajes, como por ejemplo anunciar la salida de los toros en las corridas.

Caracola Marina. Foto: José Antonio Alonso.

En otras provincias de la región tenemos noticias de la fabricación de distintas trompas de barro. En el caso de Cuenca, las elaboradas en Priego, tendrían una función ritual relacionada con la Semana Santa capitalina, pero en otros casos (Ocaña y Villafranca de los Caballeros -Toledo-), las trompas de barro pudieron tener que ver con la comunicación de los segadores -datos recogidos por Ilse Schütz de diversos autores (D. Coronado, I. Peña, Sempere, etc., en su “Tocad las zambombas...”-.

En nuestras sociedades pastoriles, el sonido de los cencerros también supuso la existencia de ciertos códigos sonoros, según hemos venido publicando en nuestros estudios sobre instrumentos musicales. Y es que nuestros pastores y pastoras eran capaces de distinguir por el sonido de los cencerros unos animales de otros, e incluso sus rebaños de los de los vecinos. Esto les resultaba de gran ayuda, especialmente por la noche, cuando el sentido de la vista quedaba, lógicamente, bastante reducido; pero, en la oscuridad, los pastores agudizaban sus sentidos del oído y del olfato.

Distintos tipos de cencerros. Foto: José Antonio Alonso. 

Dada la extensión de nuestra provincia, existieron, según la zona, muchos tipos y tamaños de cencerros que recibían distintos nombres. Esta variedad tenía que ver con el tamaño del animal, con la época del año y otras circunstancias. En Villar de Cobeta, donde me informó David Inés, el ganado lanar llevaba, según los tamaños, de menor a mayor, los siguientes cencerros: “changarrillo”, “cencerrilla pequeña”, “cencerra grande”, “campanillo pequeño”, “campanillo grande”, “piquete”, “truquilla pequeña”, “truca grande”,” truco pequeño”, “truco grande” y “zumba”. Las cabras llevaban también “piquete grande” y “arriera”. En muchas localidades existía la práctica de “golpear”, “arreglar” o afinar los cencerros. Algunas personas, diestras en el oficio, conseguían, a base de golpes, dar al cencerro el sonido pretendido, normalmente usando el yunque y el martillo de afilar la guadaña. Cada rebaño llevaba su “herraje” o conjunto de cencerros elegidos por los pastores, de modo que cada familia conocía su rebaño y el de los demás por los sonidos emitidos. Esta distinción era extensible a los rebaños de los pueblos vecinos; de este modo controlaban si un rebaño traspasaba el término del pueblo para aprovecharse de sus pastos. Los pastores utilizaban, a veces, cencerros especiales para casos concretos, como los animales enfermos. En resumen: el sonido de los cencerros era una señal que los miembros de la comunidad aprendían a descifrar por el uso cotidiano. 

Como es sabido, el sonido de los cencerros, carracas y otros objetos sonoros sirvieron también para producir ruidos estrepitosos en las “cencerrás” que se daban a los viudos que volvían a casarse, en señal de desaprobación, al tiempo que se les dirigían requiebros y se les gastaban bromas.