Los renglones torcidos del hombre


A la hora de medir el nivel del dolor, estrés o angustía ocasionada a los animales en los experimentos se les clasifica en cuatro grupos.

Esta semana he podido disfrutar en pantalla grande de la película Los reglones torcidos de Dios, basada en una novela de Torcuato Luca de Tena. Un filme que refleja lo que se oculta tras las oscuras paredes de lo que durante mucho tiempo se denominó manicomio, las imperfecciones del ser humano. Lo que me puso en alerta, mientras la veía, fue contemplar a los enfermos mentales encerrados en celdas que semejaban jaulas, obligados a tomar medicación postrados en camas, arrastrados y vejados por cuidadores que no atendían a la suplica de ser escuchados o recibiendo electroshocks mientras eran inmovilizados. Métodos utilizados para callar y anular a aquellos pacientes que no actuaban como la sociedad esperaba de ellos. 

Unas semanas antes había asistido a una concentración para exigir la liberación de animales que se encuentran en laboratorios donde los experimentos hacen de su vida un infierno. En aquel lugar, un polígono alejado de la ciudad, el silencio hacía aún más visible los lamentos de los seres vivos que dentro, en los laboratorios, sufren lo que la vergüenza humana oculta, de nuevo, tras cuatro paredes, las “de los horrores”.

Hoy en día es impensable utilizar métodos que anulen, callen o provoquen la muerte a los enfermos mentales. Francesc Tosquelles, el psiquiatra “que humanizo los manicomios” lo tenía claro: lo que se debía sanar eran las instituciones con objeto de mejorar la vida de los pacientes. Un avance ético en el campo de la psiquiatría que está llegando a la experimentación en animales y que comenzó con la prohibición de la experimentación cosmética o la venta de estos productos que hubieran sido testados en ellos. Pruebas que fueron prohibidas por la UE en el año 2003. Por lo tanto, en la actualidad, están prohibidas. No la experimentación con fines científicos o de investigación, donde las especies más utilizadas son ratones, ratas y conejos. El gato y los primates también ocupan esta aterradora lista.

A la hora de medir el nivel del dolor, estrés o angustia ocasionada a los animales en los experimentos se les clasifica en cuatro grados: “sin recuperación”, porque los animales no van a recobrar la conciencia tras los experimentos; “leve”, porque en el proceso solo han experimentado, como máximo, un dolor o un sufrimiento, como si solo uno no fuera suficiente; “moderada”, igual que la experimentación anterior, pero sin el máximo; y “severa”, porque durante el procedimiento han sufrido un deterioro importante de su bienestar o estado general.

En un resumen práctico, los cuatro niveles podrían suponer que en el proceso de medir la toxicidad de una sustancia que se aplica sobre la piel, ojo u oído del animal, si el daño es reversible una vez probado el “primer uso” pueden ser usados de nuevo tras lo que se llama “limpieza” y volver a utilizarlos para una nueva experimentación. Significando esa reutilización dos, tres o sucesivos usos. En caso de provocar daños irreversibles, al no tener valor para seguir siendo utilizado, se matará al animal. Durante los experimentos pueden sufrir convulsiones, ataques, parálisis e incluso la muerte. Pruebas que causan un gran sufrimiento a los animales, a los que no se suministran analgésicos o anestesia para soportar los días, semanas o meses donde se les afeita, inmoviliza, sutura, implantan dispositivos para administrar sustancias tóxicas o sitúan pinzas en los ojos manteniéndolos abiertos y receptivos a las mismas.

En un acto tan cotidiano y sencillo como aplicarme la pasta de dientes me encuentro tranquila. Está etiquetada con el sello cruelty free, es decir, no ha sido testado en animales y, además, está etiquetado como vegano, es decir, no contiene productos de origen animal ni derivados de estos. Dos etiquetas que marcan la diferencia entre sufrimiento o bienestar animal.

Aquí sentada, me planteo si el esfuerzo que conlleva elegir productos libres de crueldad animal y veganos sobre aquellos que no lo son es tan grande como para no detenernos un momento a contemplarlo. Cada día es más fácil encontrar estos productos donde el dolor y el sufrimiento no existen. Cada vez es mayor la concienciación y cada vez menor la necesidad de maltratar animales para nuestro beneficio. No es necesario que el dolor ajeno rija la vida de nadie. En tu mano está decidir cómo escribes los renglones de tu historia.