Martes y diez
EEUU, tan dados a medir y cuantificarlo todo, han estudiado mediante estadísticas y encuestas cuál es el mejor día de la semana y la hora propicia para acometer cosas importantes y rentables. Incluso para ser atendido por la administración ventanillera o cibernética en remoto.
Los lunes no son buenos ni al sol ni a la sombra. Algunos currantes y servidores públicos retornan del finde hechos unos zorros con resaca futbolera o simplemente dominguera. También los hay volviendo de la llamada semana caribeña, que se cierra el viernes con la estampida a mediodía hacia al chalé o al avión. En el caso de diputados y senadores se adelanta al jueves.
Las investigaciones refutan los malos augurios tradicionalmente atribuidos a los martes. Dicen que es el día más idóneo para una cirugía mayor, estudiar, hacer exámenes y entrevistas de trabajo. No a primera hora, cuando la gente no se ha desperezado o anda con cambios de turnos, sino a las diez. Los docentes confirman que en la segunda clase los alumnos están más despiertos y aplicados.
Parece que el otrora asesor áulico Iván Redondo o sus afamados colegas monclovitas lo conocían y copiaron para la celebración de los nutridos consejos de ministros. Los gobernantes están más frescos que en aquellos aquelarres franquistas, felipistas o rajoyistas de los viernes con piscolabis incluido del mítico restaurante Jockey.
El cambio impuso de paso a los medios la agenda informativa gubernamental durante la semana. El lunes con filtraciones sobre lo que se va a aprobar; el martes con lo aprobado, y el miércoles con las reacciones.
La Iglesia sigue manteniendo el domingo y las doce para celebraciones solemnes. Cierto que siempre es buena hora para orar, hacer el amor, cobrar y, como se decía en la mili, recibir un giro. Para dimitir o morir todas son inoportunas.