Más mujeres en el callejero


Los nuevos nombres de las calles no responden a un criterio arbitrario ni  sectario, sino académico y de cumplimiento con la ley de memoria histórica.

El reconocimiento público de las mujeres a través del callejero es un asunto, por lo general, descuidado en todas partes. No quiero decir que no haya calles con nombres de mujeres, pero normalmente son pocas, privando con ello a la sociedad de la apreciación de referentes femeninos, es decir, de la mitad de la población.

Siendo alcalde Jesús Alique López (y yo una joven concejala del área de Igualdad), se intentó compensar esta situación dando nombres a una nueva barriada, la que en Aguas Vivas se estructuraba en torno al eje del bulevar que pasó a llamarse de Clara Campoamor.

Esta disposición situó a Guadalajara como una de las ciudades españolas que mejor cuidaba la memoria de las mujeres a través del callejero, pero aun así, seguíamos lejos de aproximarnos al número de calles dedicadas a hombres. 

En noviembre de 2019 se inauguró en el Archivo Histórico Provincial la exposición Con nombre de mujer. Las mujeres en el callejero de Guadalajara, comisariada por la profesora de la Universidad de Alcalá Verónica Sierra Blas. Con esta iniciativa se reivindicaba las mujeres designadas en nuestras calles, al tiempo que se ponía de manifiesto la subrepresentación que seguía existiendo.

Estaba yo presente cuando el actual alcalde, Alberto Rojo, ante esta denuncia propuso la creación de una comisión asesora que trasladara a la corporación municipal una selección de mujeres dignas de ser recordadas en el espacio público de la ciudad.

Para ser honesta, he de comentarles que me llama la atención el revuelo que se ha montado en algunos sectores (aunque ruidosos, tranquilizadoramente minoritarios) debido al renombramiento de unas pocas calles, lo cual ha permitido que de ensalzar a varios colaboradores del golpe de estado del 36, ahora honremos a cinco mujeres que bien lo merecen.

Retablo de Santa Ana de la capilla de los Condestables de la catedral de Burgos.

Les aseguro que los trabajos de ese grupo de investigación fueron intensos y altruistas. Profesorado universitario, especialistas en la historia de las mujeres y en la historia de Guadalajara, equipo del Archivo Histórico (además de a su director, Rafa de Lucas Vegas, quisiera mencionar de manera especial a una de sus mejores técnicas, María Cedenilla Paredes) colaboraron, debatieron y consensuaron un buen número de biografías que se elevaron al Ayuntamiento.

Los nuevos nombres de las calles no responden, por tanto, a un criterio arbitrario ni sectario, sino académico y de cumplimiento con la ley de memoria histórica. Me parece mentira que cuarenta y tres años después de la aprobación de nuestra Constitución, todavía haya que acordarse de que dar nombre a las calles no solo sirve para orientarnos espacialmente, sino también para dar orientación democrática.

En fin, que de entre las mujeres propuestas por la comisión, pero no suficientemente votadas en la consulta a la ciudadanía, se halla doña Mencía de Mendoza y Figueroa, una mujer extraordinaria que, ojalá, fuese tenida en cuenta para la próxima calle que se abriera en Guadalajara.

Hace unos meses (en el número publicado el 21 de mayo de este año), ya mencionamos en esta sección a otra gran Mencía, en concreto a Mencía de Mendoza y Fonseca, igualmente culta y amante del arte. La verdad es que las damas Mendoza nunca defraudan, como tampoco Aldonza, tía de la protagonista de hoy y de la que también hemos hablado en el artículo La pandemia milenaria.

La Mencía que vindicamos en esta ocasión fue una de las mecenas más importantes de su época, siguiendo así la estela familiar. Nacida en Guadalajara, con quince años se tomó la decisión de casarla con el conde de Haro, a quien Enrique IV había nombrado condestable de Castilla. 

En las ausencias del marido por encontrarse batallando, doña Mencía se hizo cargo de la administración de la hacienda familiar con tan buen acierto que impulsó destacadas edificaciones en Burgos, sobresaliendo la Casa del Cordón y la capilla de los Condestables de la catedral. No obstante, tras la muerte del esposo, tuvo problemas con su primogénito, que la acusaba de disminuir el patrimonio de la familia con tanto mecenazgo.

El refinamiento y amor por el arte de la hija del primer marqués de Santillana, así como su tino en la gestión, nos ha legado un bellísimo retablo gótico que puede contemplarse en la aludida catedral de Burgos. Dicho retablo, construido por los Siloé (padre e hijo) posee la interesante característica de que todas sus imágenes son mujeres y, además, todas tienen un libro entre las manos. ¿No es una maravilla?