Mochales de Rafa
Su pueblo, al que contribuyó con un montón de buena fama, lo tendrá muy presente el 4 de junio, en que justamente cumpliría 56 años, con la merecida dedicatoria de un mirador sobre la antigua escombrera.
Dicen que hay gente excelente y gente a secas. Ambos toman en el bar o compran lo mismo en las tiendas, pero sólo a los primeros les sonríen los camareros y dependientes. La primera siempre está de buen humor, saluda, da las gracias, escucha a los demás, te deja cualquier cosa sin interés, siempre siembra paz y no se mete a lo tonto con nadie. Hay muchos detalles que descubren a esta gente formidable, aunque tampoco sea perfecta.
Rafa Gutiérrez llevaba mucho tiempo incluido en la lista. Sus paisanos y cuantiosos amigos de la comarca lo reconocieron en noviembre del 2020 cuando su repentina muerte nos dejó helados. Lo testimoniaron el pasado julio durante una multitudinaria ceremonia que, pese a la pandemia, llenó la Iglesia y la plaza de Mochales.
Su pueblo, al que contribuyó con un montón de buena fama, lo tendrá muy presente el 4 de junio, en que justamente cumpliría 56 años, con la merecida dedicatoria de un mirador sobre la antigua escombrera. Una acogedora terraza artificial en la ladera de la carretera que baja de Amayas le servirá de homenaje, con una panorámica sublime sobre la fértil vega del Mesa. A la izquierda el Recuenco con sus rocas ocres, que retumban riadas como cataratas tras las tormentas. De frente, la imponente ermita de San Pascual Bailón, a quien los mochaleros tienen una devoción inquebrantable.
Cada 17 de mayo celebran en ella una misa al santo, nacido en la cercana Torrehermosa (Zaragoza), seguida de una comida popular amenizada con cantares y sones propios. Por la tarde, tras el rezo del rosario, lo sacan a la pradera, bailándolo al ritmo del pollo, con dulzaineros, músicas de la zona, alegría y plegarias.
Rafa, que desde niño era el primero celebraciones y juergas, podrá contemplar también casi hasta el fantástico Tormo parajes tan queridos en los que cultivó tierras y afectos, como el Espolón, La Dehesa, La Fongrande, Las Canalizas o La Cabeza de la Vega, donde el río Mesa se carga de agua camino de Aragón.
Seguro que, en su bonachonería, la dedicatoria le parecería una pasada. A otros, con menos méritos, les hacen estatuas y dedican calles, bibliotecas o institutos.