Narcisismos

27/11/2020 - 10:52 Jesús de Andrés/Guadalajara

Es habitual comprobar cómo hay quienes, en búsqueda de admiración constante, necesitan el reconocimiento a todas horas.

Los diarios abren con su muerte, los noticiarios repiten sus goles. El mismo que vengó la derrota de su país en la guerra con dos tantos, uno tramposo y otro impresionante, protagonizó años después, cada vez que tenía ocasión, los mayores ridículos y las conductas más estrafalarias, consecuencia de una vida colmada de excesos y despropósitos. Que un niño nacido en una barriada chabolista se convirtiera en un ídolo mundial, un mito viviente, un dios con su propia religión, explica su despotismo y egolatría. Que haya fallecido en el Día Internacional contra la Violencia de Género, cuando no hace mucho le veíamos borracho pegando a su novia, parece una broma macabra. Es inevitable no pensar, ahora que todo son panegíricos, cómo alguien que pudo haber vivido la vida que hubiera deseado, eligió un camino de narcisismo autodestructivo. Maradona fue el mejor futbolista, sin duda, y tenía motivos sobrados para la vanidad, pero no supo jamás plantear su propio partido.

El narcisismo, hoy, nos tiene rodeados. No hay más que darse una vuelta por la actualidad política. Y no hace falta irse a los Estados Unidos y a su todavía presidente Trump. Aquí, más cerca, asistimos al permanente ataque de celos, al perenne afán de protagonismo del vicepresidente Iglesias, en maquinación permanente para ser reconocido. Si es minoría dentro del Gobierno porque sus escasos 35 escaños no dan para más y considera que su persona merece una mayor atención, pues pone en marcha una coalición externa con ERC y Bildu para retorcer el brazo de Sánchez, marcar el territorio y hacer saber quién es. Ni la estabilidad ni la amenaza de fracaso de la coalición de gobierno suponen razones de peso para mantener una actitud leal. Su narcisismo moral, común a buena parte de la izquierda, y sobre todo su personal egolatría, condicionan su actuación.

La semana pasada, en estas mismas páginas, decía Pedro Solís, nuestro querido director de cine, que en su ámbito se demuestra la valía enseñando el trabajo realizado, no mostrando un título. Pero es habitual comprobar cómo hay quienes, en búsqueda de admiración constante, necesitan el reconocimiento a todas horas, incluso sin que sus logros lo justifiquen, sin respaldo de méritos reales, exagerando su propio talento y fantaseando sobre su supuesto éxito. Nuestro trabajo, sea cual sea, desde jugar al fútbol a dirigir una película o escribir una columna, debe ser quien hable de nosotros, no las medallas que podamos ponernos a pie de página. Que la vanidad, a la que ninguno escapamos, esté lo suficientemente controlada. Que no tengan que decir de nosotros como Woody Allen decía de Norman Mailer en una de sus películas: “Este es un retrato del escritor Norman Mailer. Donó su ego a la Facultad de Medicina de Harvard”.