Navidades pecadoras
Los médicos dan la tabarra con que conviene no caer en excesos para lograr un estado óptimo de salud, mantenerse joven y en forma. Incluso recomiendan restringir la vida social para no ser tentado.
Cual diablo que no tiene que hacer y mata moscas con el rabo, el Ministerio de Consumo nos suelta de vez en cuando sermones en la onda de los antiguos predicadores alertando de las tentaciones y pecados por la carne y sus derivados. Casi son peor las visitas a endocrinos, cardiólogos y otros galenos puntillosos a los que hay que mentir un poco, como a los confesores de antes, aceptar la penitencia y hacer propósito de enmienda con dieta y medicación incluida.
Las opíparas comidas, cenas navideñas, zongas y no digamos las matanzas de antaño en los pueblos, seguramente disparaban la presión arterial, los colesteroles, ácidos úricos y “telecincos” (triglicéridos) como dice uno de mi pueblo. Pero como no se controlaba, por la pobre atención sanitaria, nadie se atemorizaba. Todos tan campantes. Es más, estos excesos se consideraban, sin reparos, cosa de gente pudiente.
Migas, torreznos, chorizos, magras, chuletones, longanizas, morcillas, filetes, callos, costillas, morteruelo, turrones, mantecados, tortas valencianas… De un tiempo a esta parte lo que más nos apetece es malo para la salud y, por tanto, pecado. Ha surgido un nuevo puritanismo secularizado, una especie de “placer culpable”, como advierte el filósofo Iñaki Domínguez. Aunque luego se “haga bondad” como dicen en Cataluña con esta extraña frase hecha de complicada traducción a otras lenguas.
Los médicos dan la tabarra con que conviene no caer en excesos para lograr un estado óptimo de salud, mantenerse joven y en forma. Incluso recomiendan restringir la vida social para no ser tentado con cubatas, wiskis, vinos, cañas, vermús, tapas, pinchos de tortilla e incluso el cafelito con churros de toda la vida.
Hasta la famosa dieta mediterránea, un icono desde los años 60, se está poniendo en solfa. Apenas salvan al aceite, las legumbres, las verduras, algunas frutas, aves y pescados, y comistrajos sin sustancia “que se apegan poco al riñón”, como lamentaba un señor de Pardos. Todo sea para no pecar. Ni siquiera en Navidad.