No a la guerra 2.0
En este caso, aunque hay incentivos grandes para Putin y Biden, la cuenta de resultados en cualquier previsión que se realice siempre sale negativa. Ni Rusia ni los EEUU, ni por supuesto Europa, tienen más alicientes que objeciones para iniciar la guerra.
Es posible que haya guerra en Ucrania, pero también es posible que no. Si creemos a algunos periodistas y opinólogos exaltados, es cuestión de horas. Si leemos a quien de verdad sabe sobre política internacional, a quien tiene una visión profunda que va más allá de los movimientos de fichas del Stratego, la cosa no está tan clara. Las guerras tienen lugar sobre todo por intereses, casi siempre materiales aunque a veces también simbólicos o ideológicos. En este caso, aunque hay incentivos grandes para Putin y Biden, la cuenta de resultados en cualquier previsión que se realice siempre sale negativa. Ni Rusia ni los EEUU, ni por supuesto Europa, tienen más alicientes que objeciones para iniciar la guerra. Tan sólo un actor, China, y con reparos, estaría encantado de que el resto del mundo se enzarzara en una espiral bélica de destrucción que podemos imaginar cómo puede empezar pero de la que nadie sería capaz de vislumbrar su fin. Ello permite anticipar, si hacemos un cálculo racional basado en costes y beneficios, que no llegará la sangre al río. Pero, ojo, que en cualquier instante puede tener lugar un Sarajevo, cruzarse la carroza de un príncipe heredero que provoque una cascada de fichas de dominó. Es el problema de jugar con fuego.
Mientras asistimos expectantes a las maniobras militares de unos y otros, a la pelea de gallos de las declaraciones, a la subida de apuestas que supone el envío de tropas, aquí no falta quien, encantado de volver a su estado natural, el de la protesta, saca del armario su mejor jersey de lana de los años 90, le pone pilas al megáfono portátil y no ve el momento de reimprimir pegatinas, echarse a la calle y hacer estallar la revuelta. Un revival nostálgico de la guerra fría, de los buenos tiempos contra los Bush y adláteres. El manifiesto firmado por todos los socios fijos y discontinuos del Gobierno situados a su izquierda (Unidas Podemos, Izquierda Unida, Bildu, Más País, Alianza Verde, BNG, CUP, Compromís y En Comú Podem) es un viaje en el tiempo, un tratado sobre la irrealidad de quienes se supone que aspiran a gobernar. Sin entrar en la contradicción que supone “defender la soberanía de los pueblos” y a la vez solicitar el cese de “los planes para que Ucrania ingrese en la OTAN”, resulta cuando menos curioso detenerse en dos de las siete propuestas realizadas para detener la escalada bélica: “poner en marcha los aprendizajes de los (…) grupos feministas por la paz” y trabajar “por una verdadera transición energética hacia energías renovables”. No se puede ser más hippie. Quizá la nostalgia revolucionaria contribuya a resolver este asunto, no digo que no, lo que está claro es que, como especie, vamos de cabeza a la extinción.