¡No pasarán!
No es la primera guerra a la que el líder ruso se enfrenta, ya acumula unas cuantas en su lista, desde la inicial en Chechenia, con la que se estrenó en el poder, pasando por las de Georgia en 2008 o Crimea en 2014.
No resulta sorprendente; en todo caso, curioso. Los mismos que hace tan sólo unas semanas elogiaban a Putin con mayor o menor vehemencia, hoy reniegan de él. Lógico, ya que la invasión de Ucrania no es una vuelta más de tornillo en su deriva autoritaria sino una absoluta salvajada que no tiene justificación alguna por más peros que se le pongan. Unos lo alababan por su resistencia a Occidente (ese obscuro conglomerado que para ellos integran los Estados Unidos, la Unión Europea y el capitalismo, así en abstracto), por su apoyo a regímenes díscolos, en particular a Cuba y Venezuela, o su capitalismo de Estado. Otros lo admiraban por su fervoroso nacionalismo, su antiglobalismo tradicionalista, sus actitudes machistas y sus pocas contemplaciones con cualquier reivindicación con aroma de progresismo. Él, Putin, en su papel de emperador antiimperialista, se ha dejado querer por unos y otros, a los que ha financiado y apoyado en no pocos momentos. No es de extrañar que cayera tan bien a líderes tan aparentemente dispares como Maduro o Trump. O entre nosotros a Pablo Iglesias y Abascal. Aunque ahora les falta tiempo para decir que Putin es la extrema derecha, según unos, o el comunismo, según otros, no hace tanto que estaban encantados de haberlo conocido.
No es la primera guerra a la que el líder ruso se enfrenta, ya acumula unas cuantas en su lista, desde la inicial en Chechenia, con la que se estrenó en el poder, pasando por las de Georgia en 2008 o Crimea en 2014. Si bien es cierto que los imperios se han formado siempre sobre una interminable hilera de guerras y han desaparecido dando lugar a otra considerable ristra de guerras civiles, no hay justificación alguna para la actual situación. Decía Kapuscinski en El Imperio, que en una guerra hay que ponerse del lado del más débil, del que va a perderla. Los ucranianos ya han perdido, lo hicieron en el momento en que fueron abusivamente agredidos. Y a Rusia ya no cabe pedirle razón, ya echaremos cuentas, bastaría con que tuviera piedad.
Por nuestra parte, se hace inevitable apoyar, también militarmente, claro, a quien nos pide ayuda. La cobardía de las potencias europeas facilitó la victoria de las tropas sublevadas en España en 1936, bien pertrechadas de aviones italianos y alemanes para trasladar al ejército africano a la península. Soldados y milicianos ucranianos gritan hoy ¡no pasarán! como símbolo de resistencia a ese Putin que unos ven como fascista y otros como comunista. No faltará una Celia Gámez, una Montero o una Belarra que entone un ¡Ya hemos pasao! Ante tanta desmemoria interesada, no sé cómo no se les cae la cara de vergüenza.