
Nos quedamos. Que se vayan otros
No me avergüenzo del PSOE ni de ser socialista y feminista. Me avergüenza que quienes debían velar por el legado y el futuro del partido lo hayan traicionado de forma tan repugnante.
No descubro nada al afirmar que el Partido Socialista, mi partido, atraviesa uno de los momentos más críticos de su historia. La corrupción que presuntamente salpica a algunos de quienes han ostentado cargos de máxima responsabilidad no solo ha dejado devastada a la militancia, sino que erosiona la confianza de la ciudadanía. Por tanto, no se trata únicamente de responsabilidades individuales, sino también de la respuesta real y veraz que, como organización vital para el sistema democrático, se ha de ofrecer.
Hace noventa años, el gobierno de coalición entre el Partido Radical y la conservadora Confederación Española de Derechas Autónomas (la CEDA) se vio gravemente afectado por la corrupción, la cual supuso uno de los detonantes de la crisis de la República de 1935 que acabaría derivando en la convocatoria de elecciones al año siguiente. A pesar de que los juegos de azar hallaban prácticamente prohibidos, en España se presentó una ruleta de casino que, además, era manipulable. Fueron los empresarios holandeses Strauss y Perlowitz los que patentaron tan singular artilugio, y la ingeniosa combinación de sus apellidos dio nombre al caso Straperlo, a partir del cual se popularizó el término estraperlo para designar los negocios turbios o al margen de la legalidad.
Un año antes, en 1934, Clara Campoamor había presentado su renuncia al cargo de directora general de Beneficencia. Rechazaba los derroteros que estaba tomando el Gobierno de Lerroux, muy especialmente la terrible represión llevada a cabo tras la Revolución de Asturias. Pero también manifestaba su descontento con el trato que recibían las mujeres en política, tanto en su propio partido como en otros; en su libro Mi pecado mortal. El voto femenino y yo (1936), denunciaba: «toleran a las mujeres, a condición de que a su actuación inocua, débil o fracasada no tengan nada que temer; a condición de que las puedan desdeñar; pero se oponen por todos los medios, limpios o no, a dar paso a las otras».
Viñeta cómica sobre el caso Straperlo, 1935. Fuente: La libertad.
Asimismo, lamentaba las limitaciones que encontraba en su quehacer político: «No fui yo nunca un elemento de derecha, ni aun de centro-derecha en el partido [Partido Republicano Radical]. Cuando me designó usted [Alejandro Lerroux] para la Dirección general de Beneficencia, desarrollé en ella, hasta donde circunstancias ajenas a mi voluntad me lo permitieron, un plan liberal, radical y justo (…)».
Leyendo a Clara Campoamor se deducen, al menos, dos cosas. La primera: que mejor le hubiera ido a su partido y al Gobierno de entonces si hubieran escuchado sus advertencias. Y la segunda: que la agenda política de las mujeres siempre afronta resistencias, y que cuando estas se superan no es ni por el mero transcurrir del tiempo ni por la gracia concedida por los varones poderosos, sino por la lucha incansable de muchas feministas, conocidas y anónimas, que unen sus fuerzas para transformar la sociedad, en bastantes ocasiones contra todo pronóstico.
Este episodio histórico atesora dos sabias lecciones: la necesidad de actuar con contundencia contra la corrupción, y la de reforzar a las feministas y sus posiciones, como es la abolición de la prostitución, lo que implica desmontar la industria proxeneta y señalar a los puteros, porque las mujeres no somos mercancía. Una cuestión que, por cierto, ya hemos desarrollado con más profusión en otras Vindicaciones.
Lo cierto es que, a pesar de que sería fácil caer en el «y tú más», los errores del Partido Popular, por grandes que sean, no hacen mejores los nuestros. Lo digo con claridad: no me avergüenzo del PSOE ni de ser socialista y feminista. Me avergüenza que quienes debían velar por el legado y el futuro del partido lo hayan traicionado de forma tan repugnante.
A diferencia del Partido Radical de Lerroux, descompuesto por el caso Estraperlo, el PSOE ha de tener futuro, puesto que ha sido el mejor instrumento del cambio social en España desde el consenso y la razón. Hay quien me pregunta que por qué ante los puteros y corruptos -dos conceptos a veces difícilmente disociables- no me voy, no nos vamos. Pues miren, que se vayan ellos: los corruptos, los puteros, los hipócritas que utilizan las siglas de este gran partido para proteger sus privilegios… Nosotras nos quedamos.