Obreras


En 1903, a las peticiones de racionalizar la jornada de trabajo y de incrementar el nivel educativo, se sumó la de ‘pensiones para los ancianos’ y también se advirtió de “los abusos  de que son objeto en la fábrica, el taller o en el campo de las mujeres.

La semana pasada finalizó con el Día del Trabajo, una fecha reivindicativa que desde que fuera fijada por la Segunda Internacional Socialista en 1889 se ha extendido a la mayoría de los países del mundo; incluso la Iglesia la ha adaptado a su ideario a través de San José Obrero, patrón, por ejemplo, de mi querido barrio de Los Manantiales.

Acudir a la manifestación del Primero de Mayo ha sido un evento muy celebrado en mi familia desde que era niña, pero he decirles que siempre he echado en falta la presencia de más mujeres en los mítines finales (me acuerdo ahora de Ángeles Yagüe o Laura Gil), sin importarme que militáramos en el mismo sindicato o mantuviéramos divergencias, pues, al fin y al cabo, las mujeres son las que lidian, ahora y antes, con las condiciones de trabajo más precarias.

En el caso de Guadalajara, según he investigado, la primera mujer en tomar la palabra en un acto público del Primero de Mayo fue Clementina Calvo en 1920. Poco se sabe sobre esta mujer más que pertenecía a la Agrupación Femenina Socialista y que, quizás, fuera maestra. Cierta o no está hipótesis, es innegable que las maestras estuvieron en la primera línea del cambio social desde el siglo XIX, pues el incremento de su presencia en las aulas favoreció la profesionalización de la enseñanza, su organización para lograr la igualdad salarial con los maestros y, en general, mejoras en las condiciones de vida de toda la población, especialmente la de las mujeres.

Un año antes, en el 1919, España se convierte en país pionero al regular la jornada laboral de ocho horas tras una durísima huelga de cuarenta y cuatro días y la declaración del estado de guerra en Barcelona. Este hecho no es ajeno a Guadalajara, pues el responsable de rubricar el Real Decreto de 3 de abril mediante el que se implantaban las ocho horas de trabajo diarias y cuarenta y ocho semanales fue el conde de Romanones, quien dimitió tras estampar su firma.

Obreras en la manifestación madrileña del Día del Trabajo en 1919. Fuente:Mundo Gráfico

Aun con todo, la norma, que debía entrar en vigor el uno de octubre, se infringía repetidamente. En este sentido, el investigador Eduardo Montagut señala cómo el secretario general de la Unión General de Trabajadores, Francisco Largo Caballero (de cuyos orígenes briocenses ya hablamos en el artículo «La madre del presidente» que se publicó el siete de julio del pasado año) aprovechó una visita a Guadalajara «para denunciar que la patronal de los sectores de albañilería y carpintería no estaban cumpliendo el Decreto». 

Por cierto, la reivindicación de la jornada de ocho horas ya se planteaba con claridad en Guadalajara desde 1902. Aunque un año antes tuvo lugar una manifestación con motivo del Día del Trabajo, a partir de ese momento, previa a la marcha, se realizaba una reunión en el Teatro Principal de la ciudad. La crónica de este día nos da cuenta de la presencia de mujeres, la cual fue todavía más notoria en ediciones posteriores. Así, se dedicaron elogios a las presentes, al tiempo que se pidió «la jornada de ocho horas, a fin de que puedan disponer de algún tiempo para dedicarle a su instrucción». En 1903, a las peticiones de racionalizar la jornada de trabajo y de incrementar el nivel educativo, se sumó la de «pensiones para los ancianos» y también se advirtió de «los abusos de que son objeto en la fábrica, el taller o en el campo las mujeres».

La verdad es que no me cuesta imaginar a esos centenares de obreros y obreras en el teatro deseándose salud y fraternidad para luego, pacíficamente, desfilar en manifestación hasta el Gobierno Civil, a cuyo titular entregaban sus reclamaciones fundamentadas, como se ha comentado, en dos ejes básicos: la jornada de ocho horas y el acceso a la educación, sin olvidar a las personas más vulnerables y a las mujeres.

La historia de las mujeres y del movimiento obrero no podría entenderse sin las aportaciones de las trabajadoras. Por ejemplo, en Palma de Mallorca, en 1883, la Sección de Señoras de la Unión Obrera Balear intentó convocar el que hubiera sido el Primer Congreso Nacional Femenino, concebido con el fin de promover el derecho a la instrucción de las féminas y con ello, conseguir su emancipación para que «la mujer ocupe el puesto que moral, intelectual y materialmente le corresponde dentro de la civilización moderna». En Guadalajara, se pudo conocer este llamamiento gracias a la publicación que del mismo y su manifiesto hizo el Ateneo Escolar. Lamentablemente no pudo llevarse a cabo por el hostigamiento que la extrema derecha desplegó contra el congreso y su líder, Magdalena Bonet Rico.

No alcanzo a comprender la demonización que algunos políticos intransigentes hacen del histórico movimiento obrero. Su lucha dignificó al ser humano y, además, permeó todos los sectores sociales, incluso la misma Iglesia. No voy a negar los errores cometidos, más tratándose de un movimiento tan heterogéneo, pero la actualidad mundial es tozuda: las desigualdades aumentan, el machismo se legitima, las diferencias de clase se acentúan, la crisis climática acecha, las guerras se justifican, las elites se regodean y muchas conquistas conseguidas podrían perderse… No lo consintamos, las generaciones venideras no lo merecen.