Oro morado

14/08/2021 - 12:45 Antonio Yagüe

Esta mina imprevista ha reafirmado a la Alcarria en el mapa mundial, tras el aldabonazo de Cela.

La fama de la lavanda de Brihuega ha traspasado fronteras desde hace unos años. Moviliza para aspirar sus esencias y hacerse la foto a políticos de alto y medio pelo, excursionistas de cuando la OJE,  influencers, modelos, amantes, posturistas... Cuentan que este cultivo de intensos olores florales, trasunto de la Provenza francesa, atrae cada fin de semana desde junio a más de 40.000 visitantes. Les venden fragancias,  típicos tarros, saquitos, y hasta galletas de lavanda.

Esta mina imprevista ha reafirmado a la Alcarria en el mapa mundial, tras el aldabonazo de Cela. Hasta el punto de que un diario italiano se refería a nuestra comunidad como Alcarria-La Mancha. Tanto glamur y empaque han despertado la envidia y el interés por este cultivo alternativo en el Señorío. Al pionero en estos pagos hace quince años,  Javier Gómez, de Lebrancón (con panorámicas insuperables entre sabinas centenarias),  se han unido otros agricultores emprendedores (dispuestos, diría mi madre) de Tortuera,  Cillas,  La Yunta, Hombrados, Morenilla, Tordelpalo, Cubillejo de la Sierra y del Sitio... Una especie de fiebre por el llamado oro morado.

Pero no es de ese metal, como previene el refrán, todo lo que reluce. Los precios por la esencia han caído un 50 por ciento desde 2019. Los compradores aducen que la pademia nos ha tornado menos pulcros  y perfumados, y que los hoteles dejaron de adquirir productos derivados. Otro hándicap, cuentan, es la puesta a punto de la maquinaria específica y de la planta transformadora en Tortuera. Nada que ver con la celeridad para la foto y propaganda de los subvencionadores con el dinero de todos que ya ni se turnan.

Con todo, Gómez y numerosos agricultores creen que es un cultivo idóneo en terrenos calcáreos, sin humedad ni excesivo frío y hasta 1.100 metros de altitud. Tiene la ventaja de que requiere labores superficiales y su plantación perdura 15 años. De otro lado, la imparable subida de los combustibles, la maquinaria y  los abonos, y la congelación desde hace décadas del precio del grano, les tienta a probar en el territorio lavanda. Será una agricultura rara, con menos trabajo y quizás empleo, pero con aromas míticos.