País

24/09/2023 - 13:24 Javier Sanz

Nuestros abuelos no tenían estudios, claro, pero es que no podían tenerlos, que no es lo mismo que tener el privilegio de sentarse en un aula universitaria y no pasar de primero de carrera.

Quiero decir algo:

Los males inveterados de España, señalados en parte por Malladas, Macías Picavea, Costa, Ortega Gasset, Grandmontaigne, Unamuno, Maeztu, Azorín, Sáinz y Rodríguez, Giménez Caballero y otros, obedecen, a mi ver, a tres condiciones principales: 1ª.: A que cada institución o clase social se estima como un fin y no como un medio, creciendo viciosa e hipertróficamente a expensas del Estado; 2ª.: A que, salvo contadas excepciones, nadie ocupa su puesto, los altos cargos políticos, militares y administrativos se adjudican a gentes sin adecuada preparación, con tal de pertenecer al partido imperante, por donde adviene su rápido desprestigio; 3ª.: A que, cualesquiera que sean los fracasos e inmoralidades de los poderosos, jamás se les inglige ninguna sanción, ni aun la del ostracismo. Sólo en la desventurada España, según se ha repetido hasta la saciedad, se da la monstruosa paradoja de galardonar con ascensos las derrotas, imprevisiones e insensatez de los próceres de la política o de la milicia.

Si hubiera entrecomillado este párrafo, el artículo se habría venido al suelo con un etcétera por parte del lector, suele pasar, pero sépase que lo escribió don Santiago Ramón y Cajal, un siglo de por medio. No sería del caso actual lo de los militares, pues acuden no ya a la defensa de la nación, sino que se emplean en acciones humanitarias, incluso cuando no están destinados en ellas, pero, por lo demás, parece un artículo de opinión de cualquier día nuestro. Cada institución o clase social es más un fin que un medio y crece, y cómo, a costa del Estado, en manos de pirotécnicos que encienden continuos fuegos artificiales, del gusto de todos, pero sin efecto ni provecho alguno.

Sobre la preparación de nuestros representantes sabemos por el rastro que van dejando sin que se les mueva un pelo. Si en la tesis doctoral de un presidente hubo, con su calificación “cum laude”, plagio fue por atajar y no emplearse en serio, da igual; si el ministro de Cultura, para más escarnio, no tiene estudios, sí, el de Cultura, nada pasa y representa a la cultura de todo un país que alumbró el Siglo de Oro o desarrolló de Edad de Plata intelectual y científica cuando Cajal, más o menos. Nuestros abuelos no tenían estudios, claro, pero es que no podían tenerlos, que no es lo mismo que tener el privilegio de sentarse en un aula universitaria y no pasar de primero de carrera. Algo más avanzados fueron los de la tercera autoridad del Estado, en su día, y del mismo partido, un presidente del Congreso, vasco, quien no tenía titulación alguna. Claro, se dirá, que ese mínimo de estudios no garantiza el acierto en alguna ley catastrófica como es del actual; cierto, pero por una cuestión de “carácter” que impide asesorarse, o sea, la soberbia del ignorante. 

Y sobre lo tercero, qué decir del más aguerrido de los candidatos a la presidencia del Gobierno del país, quien, sucesivamente y en tiempo récord, ha perdido al frente de su partido las elecciones locales, autonómicas y generales. No es que no haya dado un paso a un lado, como correspondería, sino que se considera ganador, si bien de una ganancia que necesita de combinaciones inadmisibles por él mismo hace media hora -biblio y videotecas de cuerpo presente- y, embarcando, prietas las filas –“no pasarán”-, némine discrepante, redondos fuera, a unas siglas imprescindibles en la Transición -escríbase siempre con mayúscula- anda empleado en acceder a la presidencia del gobierno, rompiendo la tradición de la democracia española pues sería el primer perdedor que ocupara la Moncloa. Claro que, en justa e idéntica correspondencia, la perdedora de las elecciones en las islas más próximas ha sido recompensada con el tercer cargo más importante del país, de nuevo la presidencia de las Cortes, con su cuarto de kilo anual y su palacete residencial.

Este es el país… un siglo después. Todo pasa y todo queda. Pero no hay problema mientras a las ocho de la mañana el cirujano esté en el quirófano, el maestro en la escuela, el pescadero levantando el cierre, el conductor en el autobús, el militar en su sitio, el voluntario en Libia y el bombero en Marrakech, pasando del drama reconvertido en comedia permanente por la troupe que recorre esta España eterna, que hoy exhibe botellas de aceite de oliva en los escaparates de Yanes.