Pan y libros


En estos días se ha celebrado el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor y el Primero de Mayo, dos de las reivindicaciones más genuinamente emancipatorias, la de un trabajo digno y la de un acceso a la cultura” .

En el intervalo de tiempo que ha transcurrido entre la publicación de la anterior Vindicación y de la presente se han celebrado dos fechas muy importantes: el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor y el Primero de Mayo o Día Internacional del Trabajo. En menos de una semana coinciden dos de la reivindicaciones más genuinamente emancipatorias, la de un trabajo digno y la del acceso a la cultura, que nos evocan aquel discurso que Federico García Lorca pronunció en 1931:

(…) Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es (…) convertirlos en esclavos de una terrible organización social. 

Unos años antes, un matrimonio amigo de García Lorca había adquirido un molino de harinas en mi pueblo, Cifuentes, donde se decidieron a emplazar la Fábrica de Harinas de la Soledad. La pareja estaba formada por María Luisa González Rodríguez y Juan Vicens de la Llave, ambos bibliotecarios y entusiastas propulsores de las bibliotecas populares que tanto contribuyeron a acercar la cultura y el conocimiento a las clases trabajadoras (pasión y buen hacer profesional que magníficamente relató la que fuera directora de la Biblioteca de Guadalajara, Blanca Calvo, en el homenaje que se les rindió en 1999).

María Luisa y Juan pertenecían al grupo intelectual que se creó en torno a la Residencia de Estudiantes −vinculada a la generación del 27 y al surrealismo español−, de ahí su amistad con Buñuel, Lorca, Dalí, Sánchez Ventura o Pepín Bueno entre otros. De hecho, participaron en la llamada Orden de Toledo, grupo un tanto excéntrico fundado por Luis Buñuel en el que, en palabras del cineasta, la hermana de María Luisa era la única integrante femenina de pleno derecho.

Foto de la 'Orden de Toledo' de 1924. (de izqu a dcha, Salvador Dalí, María Luisa González, Luis Buñuel, Juan Vicens, José María Hinojosa y José Moreno Villa).

Vicens, heredero de una considerable fortuna, realizó algunas inversiones en las que se implicó personal y laboralmente. Así, en 1924 se asoció con León Sánchez Cuenca, el conocido como «librero de la generación del 27» y también alumno de la Residencia de Estudiantes, para abrir en París la famosa Librairie Espagnole. Por otra parte, tras su boda con María Luisa en 1926, pusieron en funcionamiento la ya mencionada fábrica de harinas de Cifuentes, pero sus criterios de protección a los obreros y, quizás, su inexperiencia empresarial hizo que los rendimientos económicos no fueran los esperados. En el archivo de Vicens se conserva abundante correspondencia emitida desde Cifuentes entre 1926 y 1928, por lo que se entiende que residieron en la Alcarria hasta que tomaron la decisión de vender la fábrica a los trabajadores por 150 000 pesetas, acordando un primer pago de 50 000 ptas. y el resto en distintos plazos.

En 1928 la familia ya se encontraba establecida en París, donde con el dinero obtenido de la venta de la fábrica consiguieron reflotar la librería, la cual había pasado por diversas vicisitudes. Allí reorganizaron el establecimiento, ordenaron los fondos, cambiaron el mobiliario y editaron el Boletín de Novedades Españolas. Sin embargo, cuando su situación financiera parecía equilibrarse, la depreciación de la peseta respecto al franco y la grave crisis internacional desencadenada en 1929 provocaron la devaluación de su stock de libros y, además, dificultades para recuperar la inversión llevada a cabo en Cifuentes.

Estas circunstancias les llevaron a regresar a España, si bien de la librería no se desprendieron hasta 1936. Ya en nuestro país, en 1933 Vicens aprobó las oposiciones de inspector de bibliotecas, lo que motivó que recorriera miles de kilómetros visitando decenas de pueblos para formar y orientar a las personas que de manera voluntaria se harían cargo de la biblioteca (muchas veces el maestro o la maestra u otras personas humildes de la localidad, como un carpintero, etc.). Además, se convirtió en uno de los protagonistas del mítico proyecto republicano de las Misiones Pedagógicas. Su compromiso con la red de bibliotecas populares fue absoluto, creyendo sinceramente que estas eran un medio para la instrucción de una sociedad que contaba con unos niveles de analfabetismo inadmisibles. 

De María Luisa García se tiene menos información y es que, por muy modernos que fueran los cónyuges, las mujeres seguían ocupando un papel secundario en relación a los hombres. María Luisa y su hermana Ernestina fueron las primeras mujeres en ingresar en la Universidad de Salamanca, donde cursaron Filosofía y Letras, para luego trasladarse a Madrid para opositar al Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Ernestina se instaló en la Residencia de Señoritas y María Luisa en el Instituto Internacional, entidades emparentadas con la Residencia de Estudiantes.

La estancia de María Luisa en la universidad no fue precisamente tranquila. Se cuestionó su derecho a obtener beca, que se pensaba debía reservarse a los hombres, hasta que el Ministerio de Instrucción Pública se inclinó a su favor en 1914 (parece ser que hasta la propia Pardo Bazán tuvo que salir en defensa de la muchacha). Además, los primeros días los estudiantes se arremolinaban en las escalinatas de la facultad para silbarle y dedicarle todo tipo de insolencias, lo que hizo que Miguel Unamuno la acogiera en su casa y la acompañara todos los días hasta la universidad.

Durante la guerra civil, Juan Vicens fue agregado del Gobierno de la República en la Embajada de España en Francia, pero en 1940, al entrar los nazis en el país galo, se vieron obligados a exiliarse definitivamente, él a México y María Luisa a Rusia, sin que volvieran a reunirse hasta 1954, desde donde se desplazaron a China, muriendo Juan en Pekín cuatro años más tarde. María Luisa González contó que al salir hacia Francia Unamuno le entregó una carta para que fuera publicada, y que ella aprendió de memoria, en la que denunciaba «el imperio de la barbarie y el asesinato de la cultura». No regresó a España hasta 1977.

En estos momentos de tribulación política, no puedo más que apelar a que aprendamos de la historia para construir un mundo mejor.