Panaderos para todo

11/01/2020 - 17:03 Antonio Yagüe

A Labros todavía llegan anunciándose con sus inconfundibles bocinas dos panaderos: Pedro, de Villel de Mesa, y César, de Ariza (Zaragoza).

Cuando en un pueblo no se engendra, ni se canta ni se espera, ha desaparecido la paloma de la paz y de la vida. Cuando se da cerrojazo a la escuela única, entra en estado de coma, y cuando se clausura el bar, puede tocarse a clamores. Un viejo maestro de mi pueblo hacía este diagnóstico ante la despoblación creciente e inexorable.

El docente olvidaba a los panaderos, sacrificados y últimos supervivientes, que recorren con sus furgonetas, llueva o nieve, decenas de kilómetros para llevar unas barras de pan y otras provisiones a los escasos habitantes. Son los verdaderos demógrafos. Censan de verdad, a modo de INE en la sombra, a los últimos moradores durante su reparto entre semana, fuera de ‘findes’ y ‘puentes’ cuando acuden cazadores a lo suyo y nativos o forasteros con casa a dar una vuelta desde Zaragoza, Guadalajara, Alcalá de Henares o Madrid.

A Labros todavía llegan anunciándose con sus inconfundibles bocinas dos panaderos: Pedro, de Villel de Mesa,  y César, de Ariza (Zaragoza). Surten a los tres vecinos permanentes de pan, magdalenas, galletas, mantecados, tortas, leche o encargos de carnicería y otros comercios. También llevan gratis recados de palabra o por escrito y hasta ofertan Lotería de Navidad con la ilusión de llenar con algún premio tanto vacío y soledad. Cuentan algunos que hay días en que gracias a ellos hablan con alguien e intercambian algún chascarrillo. Se merecen más que un monumento.

En el crudo invierno son varios los pueblos que ya no forman parte de su ruta hasta el verano. No venden en ellos ni una barra de pan porque no ha quedado ni un alma: Concha, Anchuela del Campo, Turmiel, Balbacil, Clares, Torrubia, Iruecha, Torremocha del Pinar…  O sea, también bajo cero en vida. Nadie. Otros como Hinojosa, Mochales y Milmarcos, que rondó el siglo pasado el millar de habitantes, no superan los 15. En Amayas son 10, en Pardos 5… Para qué seguir. Mejor no hablar de la media de edad ni de lo que ocurrirá en apenas dos años.

Durante décadas los reacios a abandonar los pueblos se entretenían contando “a ver cuántas casas quedan abiertas”… Ahora el cómputo, puntual y un tanto descorazonador, lo llevan los perennes e incansables panaderos ¡Dios los salve!, como decían las abuelas.