Pinchazos
Más allá de los titulares de denuncias por pinchazos, que nadie pone en cuestión, en ni uno solo de los casos ha podido comprobarse la hipótesis planteada. Es decir, que se haya inoculado sustancia alguna.
Continúa la ola de pinchazos a mujeres jóvenes, casi todos en lugares en fiesta, discotecas, festivales de música, locales de ocio nocturno y similares. Las televisiones dedican horas y horas al asunto. Las policías locales ponen en marcha protocolos para evitarlos y tratar a las víctimas. Entrevistas a médicos y posibles afectadas. Tertulias que generan ansiedad en cualquiera que ponga el oído. Concejales de festejos anunciando medidas. Jóvenes aterradas narrando el miedo que sufren cuando salen por la noche. Decenas de denuncias. Titulares y más titulares en los medios de comunicación generando pánico. Se supone, así nos lo están contando, que hay hombres que se dedican a pinchar a las jóvenes para inyectarles drogas que debiliten su voluntad y cometer agresiones sexuales contra ellas. Sumisión química destinada a violentarlas. Una terrorífica tormenta de verano sincronizada en toda España.
Sin embargo, más allá de los titulares de denuncias por pinchazos, que nadie pone en cuestión, en ni uno solo de los casos ha podido comprobarse la hipótesis planteada. Es decir, que se haya inoculado sustancia alguna y, como consecuencia, cometido delitos de carácter sexual. En los primeros días, ante la precaución de algún sanitario entrevistado poniendo en duda la posibilidad de introducir una droga con una simple punción y los resultados negativos de todos los análisis realizados, he visto a algún entrevistador poco menos que enojado o decepcionado ante esos comentarios que desinflaban su historia sensacionalista.
Se conjugan en este caso, desde mi modesta opinión, dos fenómenos paralelos. Por un lado, la expresión de una psicosis colectiva ante la percepción de una amenaza incontrolada que genera un pánico también colectivo. Histeria colectiva se le llamaba antes a este tipo de sucesos que tienden a extenderse como las llamas en verano. Poco importa si el peligro es real o irreal para la amplificación de la psicosis. Al fin y al cabo, el miedo en las víctimas es una reacción lógica al estrés generado colectivamente. Lo que no tiene nada de lógico es la insistencia mediática en ver monstruos donde no los hay, en contribuir a su creación y difusión un día sí y otro también.
El segundo fenómeno, mucho más preocupante, es el de la psicopatía de los agresores, un trastorno antisocial de la personalidad que lleva a estos imbéciles a no sentir ni padecer, al contrario, la más mínima empatía por las mujeres a las que agreden. Tarados mentales cuyo comportamiento no puede ampararse bajo la definición de gamberrismo ni justificarse de ninguna manera y que, por un absurdo efecto imitación, se ha propagado como un virus. No hay que ceder un milímetro cuando de agresiones machistas a mujeres se trata, pero tampoco caer en histerias que en nada benefician a la lucha contra la violencia.