Placeres

30/05/2022 - 12:33 Redacción

Sigo el partido distraído en otras cosas, me alegra la victoria, el éxito del deporte español, la felicidad de mi hijo y de tantos amigos y conocidos, oigo a lo lejos los pitos de los coches, los cohetes y petardos de los vecinos más ruidosos.

Y el Madrid qué. Otra vez campeón de Europa, ¿no?” Imposible no recordar en días como estos aquel anuncio protagonizado por Jesús García, el abuelo de Majaelrayo, convirtiéndose en imagen de su pueblo, en reclamo mediático y en símbolo precursor del interés por la despoblación. Fue en 1994, cuando el Real Madrid llevaba 28 años sin ganar la entonces Copa de Europa a pesar de intentarlo con ahínco temporada tras temporada, cuando el orgullo por el pasado era tan remoto, tan en blanco y negro, que daba más pudor que alegría su memoria, máxime cuando el Barça había ganado su primera copa dos años antes. Era puro choteo a quien vivía de las batallitas del abuelo, pero pronto cambiaría la racha, a partir de 1998, consiguiendo desde entonces ocho nuevas copas que sumar a las seis iniciales. Sigo el partido distraído en otras cosas, me alegra la victoria, el éxito del deporte español, la felicidad de mi hijo y de tantos amigos y conocidos, oigo a lo lejos los pitos de los coches, los cohetes y petardos de los vecinos más ruidosos. Y recuerdo la voz nasal e interrumpida de Jesús. “¿Y dice que ese Mateo va vestido de Supermán persiguiendo a un exministro que está casado con una china? ¿Y Franco qué opina de esto? Ah, leche, me dijo usted que Franco había muerto”.

Qué interesantes los artículos de José Antonio Alonso en estas mismas páginas, los viernes. Bien documentados y mejor escritos, conjugan investigación y divulgación de las tradiciones populares, siempre con una mirada cómplice y la vez explicativa, con una perspectiva sociológica que más allá de la descripción busca los porqués, en ese difícil equilibrio que supone estar dentro y ver desde fuera.

Veo un documental en televisión sobre Juan Rulfo, misterioso escritor con mirada de fotógrafo. Tan sólo publicó dos obras, un libro de cuentos El llano en llamas y una novela breve, síntesis universal de México, Pedro Páramo, que cuenta la historia de un hombre que viaja hasta un pueblo, Comala, para saber quién fue su padre, y se encuentra con personajes que lo conocieron, en una mezcla del mundo de los vivos y el de los muertos, en un espacio único, a ratos inhóspito y a ratos poético, donde el pasado es presente y el hoy se funde con el ayer. Poco importa la apariencia de los muertos, si son fantasmas, espíritus o recuerdo, para hablar con ellos.

Me pasma el cortocircuito que en ocasiones sufren quienes no conciben la existencia sin clasificar al personal asignando pegatinas ideológicas. Sonrío al recordar una entrevista a Roberto Bolaño en la que una periodista argentina le preguntó “¿A usted por qué le gusta llevar siempre la contraria?”. “Yo nunca llevo la contraria”, respondió.