Populismos

29/11/2019 - 12:57 Jesús de Andrés

Los populismos son hijos de la crisis y alcanzan el poder, o sus objetivos, por la vía electoral democrática.

Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del populismo. Allá donde uno ponga la vista, el populismo se ha erigido en los últimos años como una opción política que ha roto sistemas de partidos tradicionales, ha revolucionado la oferta política y, en algunos casos, ha llegado al gobierno. Cuando un líder o un partido se erigen en voz del pueblo, en su representante, que devolverá el poder a ese pueblo, estamos ante un movimiento populista. Juan Domingo Perón puso las bases del peronismo, una de las versiones más conocidas del populismo. Después llegarían, también desde Latinoamérica, otros líderes populistas: los Hugo Chávez, Lula, Evo Morales, y un largo etcétera. Pero no sólo es un fenómeno ligado a aquella tierra, como lo demuestran Nigel Farage, encabezando el Brexit, Puigdemont o Torra, en versión más castiza, o Donald Trump en Estados Unidos. 

Los populismos son hijos de la crisis y alcanzan el poder, o sus objetivos, por la vía electoral democrática. Se trata de movimientos enraizados en las emociones, tanto positivas como negativas. El miedo, el resentimiento hacia “los otros” -es decir, los malos, todos aquellos que no son “los nuestros”- la frustración o el odio, nacional o de clase, son sentimientos negativos que refuerzan a la comunidad. La persecución de un paraíso al alcance de la mano, la solidaridad de grupo y la lucha contra las injusticias, verdaderas o imaginadas, son algunos de los positivos. En todo populismo hay un líder, que es llamado a enfrentarse al enemigo, que por definición es todo aquel que se le oponga. Decía Hugo Chávez, poco antes de morir, que en Venezuela quien no era chavista no era venezolano. El líder populista representa al pueblo y frente a ello poco hay que añadir. “Porque yo ya no soy Chávez”, dijo en uno de sus últimos actos electorales, “Yo soy un pueblo, carajo”.

Para Habermas el populismo es la antidemocracia ya que supone la ruptura de los valores democráticos a través del enfrentamiento civil, la contienda permanente y la lucha contra los demás. En España hemos sufrido en apenas unos años diferentes embates populistas. El primero llegó tras el 15-M, como consecuencia directa de la gran recesión económica y tuvo su plasmación en Podemos, que de asaltar los cielos ha rebajado sus pretensiones a asaltar el gobierno. El segundo llegó de la mano del procés catalán, que no consiguió sus objetivos soberanistas y ahí sigue enquistado. El tercero, más reciente, ha sido la llegada de Vox, un populismo que aboca por enfrentarse a los no-españoles, es decir, los inmigrantes y quienes no comparten su idea nacional. Cuando oiga hablar de “el pueblo”, da igual que sea el pueblo alemán, el pueblo catalán o el pueblo de Dios, corra en dirección contraria, será siempre el mejor camino.