Por el río Henares baja un submarino
En Sigüenza, años setenta, conviven sin saberlo, y lo saben, dos bandos, sagrado y profano, el de San Roque y el de Baco, sin que en ciudad de tanta cofradía falten, cómo no, cofrades de ambos.
Entonces se cantaba por las calles. Arriba y abajo. Cela toma apuntes carpetovetónicos para describir después los días de fiesta de pueblos y lugares pues no falta la copla que se canta en la calle: “Un grupo de chicas, cogidas del brazo, cantan coplas con la música del ¡Ay, que tío!, y un grupo de quintos entona canciones patrióticas”. La gente canta porque así sus males espanta. La fiesta suele durar dos o tres días, que ya son muchos, y el año lo menos mil. Hay mucho mal que espantar.
En Sigüenza, años setenta, conviven sin saberlo, y lo saben, dos bandos, sagrado y profano, el de San Roque y el de Baco, sin que en ciudad de tanta cofradía falten, cómo no, cofrades de ambos. La devoción al patrón de la ciudad, tierra de Castilla es, es más bien cosa de mayores. La del dios del vino, de adolescentes y jóvenes, que se sienten importantes tensando el pescuezo para lanzar la copla que, por lo general, ha bajado desde Pamplona y es irracional, como irracional es la época.
Faltan charangas, ya vendrán y a mansalva, y faltan músicas y letras autóctonas, por eso se transforman éstas y se conservan aquellas, y con todo orgullo se van cantando en pequeños coros y a una esa especie de gozos al dios Baco. En algunas peñas se puede leer en sus paredes encaladas el grafiti de un precepto con letra mayúscula de molde con pequeños chorretones, que dice: EL CAMELLO ES EL ANIMAL QUE MÁS AGUANTA SIN BEBER. NO SEAS CAMELLO. Consejos de éstos no faltan. La noche es más de vino que de rosas y la mañana más de resaca que de de otra cosa, pero el cuerpo joven parece haber pagado el impuesto y a mediodía está como ayer a la misma hora.
A la salida de los toros, las peñas salen bailando de la plaza, los botillos cuelgan del hombro exprimidos como pasas, y las peñas cantan como mucho con la ayuda de un bombo y unos platillos que no se acaban de coger bien. Y es, que uno está en su pueblo y es el rey:
Por el río Henares
baja un submarino
lleno de borrachos,
todos seguntinos (bis)
Es el pequeño disparate en el aire, qué más da, es fiesta y vale todo porque nada es violento y estrofilla y musiquilla se acaban borrando como las mínimas nubes de los cohetes. De espontáneo vuelven a surgir letras adaptadas a tonadas sencillas que presumen, al menos quienes las cantan, de la habilidad en lo que se empieza a llamar “el bebercio”, con orgullo vaticano:
Y dicen que Sigüenza
no figura en el mapa,
rumba la rumba la rum (bis)
pero bebiendo vino
nos conoce hasta el Papa…
Pero aquí no se libra nadie, ni bodeguero ni bodega, y si la receta vale para cada lugar, vale también para esta ciudad que, en su misma denominación, entra como zapato de trisílabo sin calzador y sin que se meneen las dos guindas de la diéresis:
Ay, ay, ay,
bodegas de Sigüenza,
ay, ay, ay,
las vamos a quemar,
ay, ay, ay,
se muere mucha gente,
ay, ay, ay,
de vino artificial
El vino, sí, el vino; lo único que se bebe fuerakiosko por San Roque porque el presupuesto no da para otra cosa y en todas las peñas se despacha lo mismo, vino de La Mancha que tumba al de Cariñena, vaya vino será, la profanación del altar de un Baco con la nariz roja como lo pinta Serafín en el kiosko “El Uge”. Y si no se despacha otra cosa es porque el presupuesto no da de sí, y aun así hay mejores vinos que otros, o menos malos. Se corren la voz y la fama de que en la peña de “Los Kakos” lo aguan –mejor así- aunque los poetas y los ebanistas están sobrados de recursos para meter pieza donde quepa y que no cojee la rima o la mesa o lo que sea:
Beber, beber, beber es un gran placer,
el agua para las ranas
y “pa” Los Kakos
que la dan bien
Por el río Henares bajaba un submarino lleno de borrachos, todos seguntinos, cuando llegó la Transición –escríbase siempre con mayúscula-, y la Transición se llevó lo viejo, trajo lo nuevo, se fue diluyendo el vino de la acuarela seguntina y entraron otras modas de barra y peña, digamos alcohol. Y los “Pepinillos” hicieron su himno adaptando la letra de la “Romántica Banda Local”, una letra para todos y una música con cosas de hasta rock y tango. La tribu de la camisa azul marino cantaba en la barra de los kioskos:
Pepinillos son
gente inquebranta-a-a-a-a-able.
Se les ve volver
al atardecer
empapaos en alcohol.
Las coplas y sus adaptaciones quedaron clavadas en lo que llegó a su tener género, el festivo-popular, en la caja de las mariposas de colección, atravesadas con su alfiles de cabezón negro. Llegaban charangas, del norte las más, y traían otras cosas y hasta partituras. España amanecía a la hora del encierre por detrás del Otero con colores de polaroid y la gente bebía otras cosas más finas que ese vinazo de retortijón y tentetieso. Vendrían tiempos de gintonics a la carta y copa de rabo largo, hasta hoy.
Pero que en mi primera juventud bajaba por el río Henares un submarino lleno de borrachos todos seguntinos, vaya que si bajaba.