Salvador Embid, recuerdos del pasado

24/02/2019 - 13:12 Manuel Ángel Puga

Hacía tiempo que conocía a Salvador Embid, pero en realidad nuestra amistad se fraguó a raíz del  acto que un grupo de amigos organizamos para rendir homenaje al doctor Julio Mayo.

Leí en Nueva Alcarria la esquela con motivo del XX aniversario del fallecimiento de Salvador Embid Villaverde (q.e.p.d.). Nada más leerla acudieron a mi mente viejos recuerdos del pasado, de un pasado que se remonta a más de 20 años atrás, pero que a mí se me antoja que fue ayer. Y como recordar es dar vida al pasado, especialmente a quienes más hemos querido y apreciado, deseo recordar ahora algo que jamás podré olvidar.

Hacía ya tiempo que conocía a Salvador Embid, pero en realidad nuestra amistad se fraguó a raíz del entrañable acto que un grupo de pacientes y amigos organizamos para rendir homenaje al doctor Julio Mayo Coiradas (q.e.p.d.). Deseábamos mostrarle públicamente nuestra amistad y agradecimiento al cumplir sus 40 años al servicio de la Medicina. Y es el caso que me eligieron a mí para ser algo así como el coordinador de aquel grupo ilusionado que trataba de organizar una cena-homenaje a su médico y amigo… Todo se desarrolló con plena normalidad y dicho homenaje tuvo lugar, con gran asistencia de público, en los salones del Hotel Pax de esta ciudad. Fue el día 21 de noviembre del año 1997… Han pasado más de 20 años, pero los recuerdos están tan vivos que me parece haber sido ayer. 

Salvador Embid era antiguo paciente y gran amigo del doctor Julio Mayo, razón por la que no quiso perderse la oportunidad de tomar parte en la organización del acontecimiento. Con este fin, un buen día me llamó por teléfono para decirme que él quería colaborar en la organización del homenaje. Yo le dije que la puerta estaba abierta a todos los que, siendo pacientes o amigos del doctor Mayo, quisieran colaborar en la organización del evento. Desde el principio Salvador desempeñó una meritoria labor, al igual que lo hizo un matrimonio también fallecido: José Luis Gallo y Matilde, tan entrañables y entregados que resultaría imposible olvidarlos.

 

Por supuesto que Salvador acudió a la cena y estuvo en la mesa presidencial, en la que estaba el doctor Mayo con toda su familia. Este detalle indica el grado de amistad que los unía. A los postres, y al igual que otros asistentes, pronunció unas sentidas palabras de agradecimiento y de cariño hacia Julio que calaron hondo en el corazón de cuantos allí nos encontrábamos… Quienes tuvimos la gran suerte de estar en aquella cena-homenaje aún hoy recordamos con nostalgia y emoción las palabras que allí se pronunciaron, pese al tiempo transcurrido. Yo tuve el honor de presentar a los intervinientes y de ponerle el broche final a un acto que no olvidaré mientras viva.

Desgraciadamente, poco tiempo después del homenaje la salud de Salvador empezó a deteriorarse… Cuando me encontraba en la calle con alguno de sus familiares y le preguntaba por él, la respuesta era que comenzaban a estar preocupados. Incluso Julio, un médico que sentía respeto extremo hacia el secreto profesional, me daba a entender que el estado de salud de Salvador iba empeorando. A mediados de febrero tuvo que ser ingresado en la clínica del Doctor Sanz Vázquez.

Recuerdo que un día me encontré en la calle al doctor Mayo. Me dijo que iba a la clínica para hacerle una visita médica a Salvador y me propuso que le acompañase, cosa que hice con sumo gusto. Nos dirigimos hacia allí, charlando sobre algo que ahora no recuerdo, pero que debía ser muy interesante porque, sin darnos cuenta, nos encontramos en la planta donde estaba la habitación de Salvador y muy cerca de la puerta de entrada a la misma. Tan cerca estábamos que Salvador oyó hablar a Julio, lo reconoció y empezó a llamarle en voz alta: “¡Julio!... ¡Julio!”… Sin apenas despedirse, dio media vuelta y entró en la habitación.  

Yo me quedé fuera, un poco sin saber qué hacer. Pensé en pasar a la habitación, pero me pareció que sería una indiscreción por mi parte, puesto que se trataba de una visita médica que requería intimidad. También pensé en quedarme allí esperando, pero no sabía cuánto tiempo podía durar aquella visita. Pasado un buen rato, decidí marcharme y salir a la calle… Muy pocos días después Salvador entregaba su alma al Creador… Acudí a darle mi último adiós al tanatorio que por aquel entonces existía en la planta baja de la clínica del Dr. Sanz Vázquez.

Salvador Embid y el doctor Julio Mayo eran dos grandes amigos a los que la muerte ha unido para siempre… Que descansen en paz.