Se alquila
La noticia, que ha presidido portadas de diarios y abierto informativos, ya la conocen: Ana Obregón se ha convertido en madre de nuevo, a sus 68 años, gracias a un vientre de alquiler.
La noticia, que ha presidido portadas de diarios y abierto informativos, ya la conocen: Ana Obregón se ha convertido en madre de nuevo, a sus 68 años, gracias a un vientre de alquiler. El hecho de ser una habitual de las revistas del corazón desde hace décadas (recordarán sus posados veraniegos, sus campanadas de nochevieja o sus series de éxito) ha acrecentado la curiosidad por su caso, pero también por una práctica que cada vez nos es más familiar por tener mayor visibilidad entre el famoseo. La baronesa Thyssen, Miguel Bosé, las hermanas Kardashian, Javier Cámara, Ricky Martin, Nicole Kidman, Elton John y un largo etcétera de famosos ha recurrido a la gestación subrogada para ser papás. Lo que ha venido después, en apenas 48 horas, es un patrón repetido: se plantea la discusión en términos morales, como una contienda entre buenos y malos, y como consecuencia de ello se ideologiza, lo cual hace imposible analizar el problema en términos racionales. Al contrario, la disputa va por los cauces previstos del anda que tú, pero qué dices y tú más. Nada nuevo bajo el sol.
Por lo general, cuando el debate no está mediatizado, los defensores de este tipo de gestación la encuadran en un ámbito de libertad individual, tanto de la madre que llevará a cabo el embarazo como de la persona o pareja que recibirá al niño, considerando que su decisión, la de ambas partes, incluso si incluye retribución económica, se limita al ámbito particular. Por el contrario, quienes están en contra argumentan que se trata de una forma de explotación de la mujer, algo que las mujeres sin recursos se ven obligadas a llevar a cabo para subsistir. No les falta razón a los primeros en santificar la libertad de cada cual, un territorio en el que el Estado sólo debe entrar en caso de que se conculquen derechos de terceros o afecte a la dignidad de las partes. Y no les falta tampoco razón a los segundos en considerar que es la pobreza quien fuerza a ello, que ninguna mujer no necesitada estaría dispuesta a hacer algo así.
Pero he aquí que la realidad es más compleja, que hay situaciones que no encajan en los límites simplificadores de la moral, que hay casos y casos. No es lo mismo realizarlo para un extraño que para un familiar. Y no es lo mismo valorar esa práctica si hay pago de por medio que si no lo hay. De hecho, aceptamos la donación de órganos, y bien que nos enorgullecemos, pero no la retribución a cambio de ellos. Hay que reflexionar, y mucho, sobre esta cuestión, pero mejor dejar la moral y la ideología fuera. Ganaremos todos.