Segundas casas
El chiste fácil es que la España vacía o vaciada se ha llenado. Buena parte de los humildes emigrados ha cumplido el sueño de una segunda residencia, con esfuerzo llevadero y sin ser premiados en el Un, dos tres... de Chicho Ibáñez .
Los residentes día y noche en nuestros pueblos califican de plaga la avalancha durante esta Semana Santa de paisanos con raíces o foráneos con vinculaciones patrimoniales. Especialmente el jueves, viernes y sábado santos, favorecidos por un tiempo primaveral y el dinero fresco de la nómina de marzo.
Una turba a veces vociferante como en la famosa procesión conquense, pero más amante de zongas, comilonas y bebercios que de oficios religiosos, ha retornado tras las restricciones monclovitas cuasi carcelarias por el Covid. “Los pueblos se han convertido en España en zonas de recreo en semanas santas y, por tanto, aburridas”, comenta mi amigo Juan desde la Cantabria de Revilla, que tampoco anda, por mucho que cante hasta en hospitales, para demasiadas alegrías.
El chiste fácil es que la España vacía o vaciada se ha llenado. Buena parte de los humildes emigrados ha cumplido el sueño de una segunda residencia, con esfuerzo llevadero y sin ser premiados en el Un, dos tres... de Chicho Ibáñez Serrador con el apartamento en la playa. Forman parte de tres millones de hogares que, según el INE, declaran una segunda residencia en propiedad.
Un reciente estudio muestra que las zonas rurales, donde apenas vive el 20% de la población, acaparan más de la mitad. El fenómeno tendría que ver con la despoblación y precios accesibles para economías modestas. Y con mayores locos por volver siempre que pueden, en verano, semana santa o puentes sin frío, porque están libres y ya no tienen que trabajar.
En los ochenta se levantaron chalés mayormente sencillos. Hoy, las monumentales casonas del Señorío (Milmarcos, Tartanedo, Hinojosa, Rueda, Tortuera, Embid…) tienen competidores. Desde hace unos años sobresalen modernos casoplones. Un prodigio digno de estudio. La inversión es dudosa, pero cumplen la primera función de nuevos indianos: que luzca su dinero. Un farde, como se decía.