¿Seneca Falls en España?
Guadalajara fue una de las pocas ciudades donde se publicaron los requerimientos del que hubiera sido el primer Congreso Femenino español, concretamente en la Revista del Ateneo Escolar.
En la última Vindicación comentamos la trascendencia que tuvo la Convención de Seneca Falls (EE. UU., 1848) en la historia contemporánea, pues, por primera vez, nada menos que la mitad de la humanidad −las mujeres− se constituían de manera organizada como sujetos políticos con capacidad para reivindicar y transformar desde el ámbito público.
¿Se imaginan que en España se hubiera celebrado una convención similar? Pues deben saber que pudo haber sucedido, si bien las fuerzas reaccionarias se encargaron, temerosas de la redención de las mujeres, de frustrar el proyecto. En la industrial y comercial Palma de Mallorca de 1883, se quiso llevar a cabo el que habría sido el primer Congreso Nacional Femenino que, tal vez, hubiera instituido una suerte de Seneca Falls a la española.
La Sección de Señoras de la Unión Obrera Balear lanzó a todo el país una convocatoria (que más que una citación supuso un verdadero manifiesto en favor de la dignidad de las mujeres) para emplazar a una reunión plural en favor de la igualdad, pues se trataba de una época en la que, como bien señalaba Concepción Arenal, las mujeres tenían todos los deberes sin tener apenas derechos. Su objetivo era alentar la educación femenina para conseguir su emancipación y para que «la mujer ocupe el puesto que moral, intelectual y materialmente le corresponde dentro de la civilización moderna».
Conviene matizar que la Unión Obrera Balear era una entidad fundada en 1881 que perseguía mejorar las condiciones de la clase obrera a través de la formación, el cooperativismo y las reformas legales, y que recibió el soporte de un sector de la burguesía progresista que contribuía económicamente a su sostenimiento. Este espacio de colaboración interclasista cubría servicios de carácter social y sanitario y, también, pensiones por enfermedad.
La doctora Martina Castells Ballespí. Fuente: Las Primeras Universitarias (Consuelo Flecha García).
Así las cosas, las promotoras del congreso mantenían una actitud inclusiva, incidiendo en que su deseo era el de «Organizar en toda España numerosas asociaciones que respondan á la grandeza de la idea indicada, prescindiendo por completo de la política, cuidando de que no se susciten prevenciones ó antagonismo que puedan malquistar con creencias religiosas, sociales ó filosóficas». Igualmente, rogaban «a todos los escritores y escritoras de España y del extranjero que proporcionen dos ejemplares de las obras hayan publicado ó se propongan publicar, siempre que tengan el objetivo de la enseñanza de la mujer».
A pesar de que solicitaron «el concurso de la prensa de todos los matices», solo la prensa más liberal y progresista se hizo eco del llamamiento del congreso, y no en todas las provincias, aunque pronto empezaron a recibir adhesiones de todo el país. Guadalajara fue una de las pocas ciudades donde se publicaron los requerimientos del que hubiera sido el primer Congreso Femenino español, concretamente en la Revista del Ateneo Escolar, cuyo director era el inolvidable Juan Diges Antón (uno de los más grandes defensores del patrimonio urbanístico y cultural de Guadalajara. Además, fue socio fundador del Ateneo Escolar y del Ateneo Caracense, como también miembro del Centro Volapükista).
El congreso iba estar presidido por la doctora barcelonesa Martina Castells Ballespí, proveniente de una familia vinculada al republicanismo y la masonería. Ella y Dolores Aleu no solo fueron de las primeras estudiantes universitarias en España, sino también las primeras en haber cursado el doctorado tras haberse licenciado en Medicina. De igual forma, fueron las primeras médicas españolas en ejercer su profesión aun con dificultades para ello (por ejemplo, que se denegara su ingreso en la Sociedad Ginecológica Española o que el mismo año en que obtuvieron su doctorado −1882−, se promulgó una Real Orden por la que se negaba el acceso de nuevas alumnas a la universidad, a excepción de aquellas que ya los hubieran iniciado). Por desgracia, Castells Ballespí falleció prematuramente en 1884.
La impronta de la presidenta de la sección femenina de la Unión Obrera Balear se dejó notar desde el primer momento, denotando la demanda de libertad de aquellas mujeres. Según la investigadora Isabel Peñarrubia, Magdalena Bonet defendía la implicación en el congreso tanto de mujeres como de hombres, al tiempo que «argumentaba que tenían que ser solamente las mujeres las que pusieran los fundamentos de su liberación y que los hombres las tenían que dejar dirigir el proceso, limitándose a ayudarlas».
Nunca podremos saber si alguna paisana se habría animado a viajar hasta Mallorca, ya que, como se ha mencionado, el congreso no llegó a realizarse debido la campaña de desprestigio emprendida entre otros por el clérigo Miguel Maura (hermano del político conservador Antonio Maura), provocando una considerable retirada del apoyo de los patrocinadores. Lo que sí dejaron claro nuestras antepasadas es que las mujeres concienciadas sobre su situación sentían una cierta perentoriedad de unirse y conocerse para articular la conquista de la ciudadanía, la cual comportaba una redefinición del marco de relaciones públicas y familiares de hombres y mujeres.
Ese intento se truncó, pero no fracasó. Cada conato, cada petición, cada batalla son pasos que, por pequeños que parezcan, nos acercan a la justa igualdad entre las mujeres y los hombres. En la actualidad, el borrado de las mujeres mediante algunas leyes o la mera amenaza de recortar los derechos sexuales y reproductivos ponen en peligro los avances logrados.