Septiembre sombrío
Este de 2020 puede pasar a la lista de los septiembres negros.
Septiembre siempre vuelve como una pesadilla para los malos estudiantes. Han regresado con moreno de yate los mediocres gobernantes de nuestra educación, salud y finanzas con proyectos de curso mal hechos y medio copiados del Rincón del Vago. Lógico, tras haber ganduleado medio mes en agosto el presidente, dos meses los ministros y consejeros y más de tres los senadores y diputados de los parlamentos varios.
Este de 2020 puede pasar a la lista de los septiembres negros. Como en 1972 cuando un grupo árabe asesinó a los atletas israelíes durante las olimpiadas de Múnich. O en 2001 cuando otros terroristas dieron un cambiazo a la historia derribando las torres gemelas de Nueva York. Según los profetas del pánico cotidiano, se avista una segunda pasada mortífera del llamado covid-19 cabalgando junto a la tradicional gripe. Mientras, la irresponsabilidad del Gobierno se enreda buscando chivos expiatorios, falsas cogobernanzas y el reparto en diecisiete fórmulas para combatir el peligro común de esta nueva peste. La vacuna no llega y muchos ya la rechazan.
Estamos ante un septiembre sombrío, preñado de temores, con un curso escolar incierto, trabajadores en ERTE, despidos en ciernes, más comercios cerrados, colas de hambre, esperas ante el Ministerio de la Pobreza de Cáritas, y más déficit y deuda, ante la incompetencia de un Gobierno acostumbrado a ponerse siempre de perfil. A la vista, unos Presupuestos Generales del Estado, que tendrán que pergeñar por exigencias de la UE antes de noviembre, y que afianzarán sin remedio el independentismo.
Se han acabado las vacaciones y los españoles nos enfrentamos a una situación desconocida hasta ahora. Lo que deprime no es la vuelta a la rutina (ojalá), sino el regreso a la incertidumbre más absoluta.
Ni siquiera nos queda la catarsis de las ferias de Molina, a las que antaño acudían gentes de cinco provincias acabadas las faenas del campo con el grano en los atrojes. Sin procesiones, ni bailes ni charangas ni un adarme de alegría. Quizá con algún contagio fruto del incauto amontonamiento juvenil. ¡Qué lejos las esperanzas de aquella canción “ cuando llegue septiembre, todo será maravilloso...”!