Sigüenza en la distancia
Después de la pandemia, y mientras persistan las diversas variedades del Covid, el futuro se adivina incierto y amenazador, así que me refugio en el pasado.
Ha llegado el mes de julio y Madrid arde por las aceras. A estas alturas echo de menos el frío seguntino del anochecer en la Alameda o en el paseo matutino y sigiloso por la Catedral, respirando ese olor a santos y a guerreros muy, muy antiguos. Es curioso que lo que más añoramos sean cosas al alcance de cualquiera, la luz de la tarde en la plaza Mayor, el perfume de los pinos por la mañana, una tertulia nocturna con amigos o el café en un quiosco de la Alameda después de una madrugadora caminata por el río Dulce.
Son las cosas que se recuerdan en invierno con felicidad, con nostalgia, las que no cuestan dinero, que despiertan en nuestro interior cuando estamos tristes y surge ese destello alegre archivado en la memoria, el olor de los niños, un rato de mucha risa con amigos, la brisa del mar en Cádiz, un paseo por las cunetas del Bosque, una cerveza fría en la piscina, mis nietos en el jardín. A veces me voy lejos en el tiempo y estoy en el cine de verano o se me aparece mi padre mirándome con guasa, mi madre haciendo el Damero Maldito o mi tío Rafa comprándome chuches en el puesto de la plaza de Santo Domingo.
En fin, que soy un saco de recuerdos, muchos buenos, otros malos y algunos malísimos, una abuela Cebolleta que busca consuelo en el ayer, a pesar de que cualquier tiempo pasado no fue mejor y la memoria nos prepara trampas. Pero después de la pandemia y mientras persistan las diversas variedades del covid, el futuro se adivina incierto y amenazador, así que me refugio en el pasado y en el presente más inmediato, en los pequeños momentos agradables de cada día, y sabe Dios que he rebajado mis expectativas, ahora me conformo con una buena música, una buena noticia, una buena serie o una buena película. Como Emma, por ejemplo, la última adaptación de la novela de Jane Austen, dirigida por Autumn de Wilde y protagonizada por la chica genial de Gambito de Dama, Anya Taylor-Joy, que en el papel de Emma vuelve a estar maravillosa. Esta versión, supermoderna por sus colores, su música, el vestuario y la fuerza de sus actores, es una comedia elegante, inteligente y muy dulce. Pasé un rato estupendo viéndola y la dejo guardada en mi Memoria Democrática para recordarla en los malos momentos.
Estos años se están haciendo larguísimos, tenemos el alma maltrecha y es fácil caer en la melancolía, pero, como dijo Humphrey Bogart, siempre nos quedará Paris, y a los seguntinos, además de Paris, siempre nos quedará Sigüenza, la ciudad oliveña y rosa, la de los cielos impolutos, la de nuestra vida. Aunque tengamos que sufrir una intervención de fantasía en la Alameda, con bancos de diseño y láminas de agua, casi como en el Jardín de Versalles en la versión más económica. Dios nos asista y nos libre de los remodeladores.