Sillas vacías

04/12/2020 - 17:50 Jesús de Andrés

A veces por presencia o cercanía, la muerte nos hace mejores. Si es así, algo habremos ganado.

Se avecinan unas navidades extrañas, raras como nunca han sido, el culmen perfecto para un año anormal y dolorosamente absurdo. Si supuestamente son unas fiestas que invitan a la alegría y el reencuentro, este año, más allá de las chanzas sobre el número de comensales y los wasaps de grupo, poco espacio va a quedar para la risa. Muchas van a ser las sillas vacías, demasiadas las ausencias. Ni los estímulos para el consumo, ni las luces, ni la pitanza festiva o los efluvios del alcohol van a facilitar la amnesia, por muy momentánea que sea. Al contrario, una celebración con limitaciones, confinamientos perimetrales y toque de queda, nos va a recordar más, si cabe, la pérdida que nos rodea, el naufragio en el que estamos inmersos desde que el mundo se descuajeringara allá por marzo. La parca rondará en cada mesa como ausencia de quien ya no está o como la amenaza que nos cerca. En distintas fases del duelo o distintos grados del miedo, poco importa. La muerte siempre es violenta, por muy dulce que se presente. En la guerra, por supuesto, pero también en la paz y mansedumbre de una cama acogedora. De ahí que condicione, aunque hacemos como que no va con nosotros, nuestra vida entera. Madurar es descifrar la realidad de la muerte, desde el descubrimiento curioso de juventud hasta llegar a esa edad en que se siente por anticipado, agazapada pero a la espera. 

Releía estos días los artículos que en su momento se cruzaron Cela y Muñoz Molina a raíz del desprecio público que el primero, pero sobre todo su pléyade de cobistas, manifestaban cada vez que tenían oportunidad a la nueva generación de escritores surgida en los ochenta (los Marías, Llamazares…). A Cela le llevaban los demonios que Muñoz Molina hubiera ingresado en la Real Academia y lo hacía saber en alta voz. Cualquier acto público era ocasión para que sus fanáticos aduladores criticaran la forma de escribir, de hablar, de pensar o de ganarse la vida del escritor jienense, sobrepasando el insulto a la mínima oportunidad. Años después, tras ganar Cela el Planeta con una novela denunciada por plagio, un periodista puso cámara y micrófono a Muñoz Molina pensando en una venganza en primicia. Lejos de ello, apeló a la presunción de inocencia y al daño que lo no demostrado podía hacer a la honorabilidad del nobel. Días después, un Cela acechado por la muerte se acercó a él en una sesión de la Academia, le tendió la mano y le dijo: “Quiero agradecerle lo que dijo usted el otro día sobre mí. Y lamento mucho todo lo que haya podido ocurrir entre nosotros”. También, a veces, por presencia o cercanía, la muerte nos hace mejores. Si es así, algo habremos ganado.