Tiempo desquiciado
Algunos estudios dicen que dedicamos dos horas al día para escuchar y opinar del tiempo. Y consultar móviles.
Los tiempos están que trinan, como los pájaros. Los tiempos, o las gentes de los tiempos. Con máquinas del fango, pseudomedios, sanchezesferas, bulos, sexofobias y a ver cuál de los tropecientos asesores ultrapagados acuña un término con pegada para dar la matraca.
Nos pasamos todo el tiempo hablando del tiempo. Hoy más que ayer, es el tema recurrente, sobredimensionado, como un comodín para entablar y manejar conversaciones. En el ascensor, la cola de la carnicería, el súper o el médico. Hasta en algunos tálamos, en misa o los eventos más chupis.
Uno de mi pueblo contaba que no se acostaba en Barcelona hasta ver qué decía el telediario del tiempo en la zona de Molina de Aragón. Una reminiscencia de la mentalidad campesina en las urbes, con muchos de sus ritos y mitos, que descubre Sergio del Molino en su ensayo la España vacía.
Algunos estudios dicen que dedicamos dos horas al día para escuchar y opinar del tiempo. Y consultar móviles, que siempre marcan algún grado más o menos que el mío, el mejor. El tiempo se ha vuelto y nos volverá locos.
La meteorología lo inunda todo. En TVE hay 23 profesionales destinados a este menester. En las radios tampoco paran, siempre sobre mapas políticos, no por zonas geográficas como antes. Si en el Señorío miramos a Toledo y no a Teruel vamos listos.
Conviene estar puestos. También nos han reinventado el lenguaje. Debemos saber lo que son lluvias de sangre, danas, toboganes térmicos, dorsales anticiclónicas, trenes de borrasca, ciclogénesis explosivas, diablos de polvo, borrascas con nombre propio…
Antes en los pueblos nos apañábamos con los algarazos, tormentas, airazos, nevadas, escarchas, calorinas, resfriores, hielos o grados bajo cero ¡Qué antiguos! También se manejaban metáforas. Un día le oí a mi amigo Carlos Quintanilla que en La Yunta había helado a guijarro pelado.