Titivillus

19/10/2024 - 18:08 Jesús de Andrés

Habrán oído ustedes hablar de los duendes de la imprenta, esos seres introductores de erratas en las publicaciones impresas que de vez en cuando aparecen en libros, periódicos y revistas.

Titivillus es el nombre del demonio que se dedicaba a confundir a los escribas medievales para que erraran en la transcripción de los textos sagrados, arrastrando con ello al pecado. Tanto es así que Carlos I de Inglaterra, en pleno siglo XVII, condenó a dos afamados impresores reales, Robert Baker y Martin Lucas, por cometer una imperdonable errata al comerse un “no”. Donde debiera decir “No cometerás adulterio”, Titivillus actuó eliminando la negación que se convirtió en una incitación al pecado: “Cometerás adulterio”. No se sabe cuántas personas acabaron cometiendo tal pecado mortal, pero sí se sabe que a ambos libreros les fue retirada la licencia para imprimir y tuvieron que pagar una elevada multa cuya deuda dio con sus huesos en la cárcel, que no era precisamente como las de ahora, muriendo poco después.

La semana pasada, Titivillus, que no solo se movía con destreza entre los códices medievales sino que lo sigue haciendo hoy entre los programas informáticos de texto, visitó Nueva Alcarria, y se cebó con mi artículo juntando palabras aquí y allá, comiéndose espacios y dejando esta columna hecha unos zorros. Tanto es así que pedí que se volviera a publicar este lunes. No es la primera vez que actuaba Titivillus. Algún día recuperaré algunas de sus fechorías y se las mostraré en detalle, pero déjenme que adelante alguna, pues en su haber hay que indicar que no tiene descanso, como bien saben quienes se dedican a darle a la tecla. 

Recuerdo que en algunas noches electorales, aprovechando la nocturnidad y el bullicio que se produce en cualquier redacción, coló algunas. En una ocasión, tras unas elecciones generales, le quitó los signos de interrogación al título de mi artículo (“¿Regresa el bipartidismo?”), dejando en afirmación lo que era una pregunta. En otra duplicó un artículo mío que apareció dos veces, una firmada por mí y otra por otra acreditada periodista. Con dos títulos diferentes, eso sí, para evitar ser descubierto. Pero si hay una jugarreta de Titivillus digna de un demonio fue la que le provocó al anterior obispo, el bueno de D. Atilano. Había escrito yo una columna coincidiendo con la celebración de Halloween. Dos semanas después, por encontrarme de viaje de trabajo, no pude escribir mi Reloj de Sol, publicándose en su lugar una de las arengas obispales. Ahí Titivillus no dudó. Decía D. Atilano: “Os invito a todos los diocesanos a seguir ofreciendo vuestra colaboración económica”, bajo el llamativo título de “Truco o trato”. Hace falta mala fe.