Todas las criaturas grandes y pequeñas
No quería hablar de política, pero los políticos, cómo no, también son criaturas grandes y pequeñas.
Definitivamente ha empezado el otoño, un aire serrano se cuela por las ventanas como un cuchillo y el sol ha brillado en los cristales hasta casi el rojizo atardecer. Ahora me refugio frente a la televisión con una manta ligera para ver la segunda temporada de la serie de Andy Hay, Todas las criaturas grandes y pequeñas, sobre el libro de James Herriot. Una lección de humor, de exquisita educación en las situaciones más extraordinarias y de amor por los animales y la naturaleza. Tengo un amigo veterinario de un humor y una educación muy similares a las del joven James, separados solo por el tiempo y el espacio, ya que mi amigo Josemi cura hoy a sus clientes en la sierra de Madrid y el veterinario inglés se dedicó a las criaturas de Yorkshire, en el norte de Inglaterra, hace más de medio siglo.
Fuera de la serie y de mi sofá, aquí, en la Tierra, las cosas van de mal en peor: Tenemos el volcán de Cumbre Vieja, en La Palma, una isla bonita donde siempre reinaba la primavera, y hoy muestra sus heridas de fuego y están rotas las vidas de nuestros hermanos palmeros que huyen del vómito de lava y de la negra colada, esperando las ayudas prometidas con algo de escepticismo, las promesas últimamente no gozan de mucho crédito.
No quería hablar de política, pero los políticos, cómo no, también son criaturas grandes y pequeñas. El curso se inicia sin alegría, con el jefe atribulado por el volcán y por los altercados entre sus ministras, que más parecen de Sálvame que del Congreso de los Diputados, con tanta disputa banal impropia del servicio público al que, por cierto, deben su abultada nómina. Compórtense, señorías, por favor.
Y hay otro asunto especialmente repugnante: ese tipo que quiere cambiar terroristas encarcelados por apoyos en los presupuestos, y para blanquear el asunto pide, sin pedir, una especie de perdón a sus víctimas. En sus palabras falaces se adivina el odio que perdura en ese mundo oscuro del terrorismo, causante de la muerte de tantos inocentes, y que por el poder y el dinero un hombre puede convertirse en una serpiente venenosa.
Por fortuna en el mundo hay abundancia de gente maravillosa. En los Premios Princesa de Asturias no había más que luz, inteligencia, generosidad y sabiduría. Estamos rodeados de gente sabia, agradable y buena. Especial mención a mi amigo y vecino Fernando Gilsanz, que ha leído su discurso de entrada en la Real Academia de Medicina de España, y ahí estuvimos para escuchar su discurso y asistir al solemne acto de recepción, su familia y sus amigos, orgullosos por un reconocimiento tan merecido. Muy emocionante.
En Guadalajara, Nueva Alcarria ha celebrado los premios Populares 2021. No he podido ir, pero felicito desde esta columna a todos los que han merecido este premio porque significa que son generosos, inteligentes y queridos, ellos son lo mejor que da nuestra tierra. Enhorabuena a los premiados.