Transición

11/12/2020 - 19:40 Marta Velasco

Recuerdo aquel tiempo con un agradecimiento inmenso, una sensación de confianza en todos aquellos líderes inteligentes y generosos.

Una enorme nube ha ensombrecido el ocaso que estos días es precoz y deslumbrante, de cinco estrellas en la línea del horizonte.  El invierno vive en Madrid, con mil luces iluminando la noche y toda la parafernalia navideña. En estas fechas siempre me pregunto si ya tengo edad suficiente para disfrutar de mesa camilla con brasero o es el momento de trasladarme a Corfú como la Señora Durrell, a pasar la edad de oro bailando Syrtáki en la playa.

Este año me quedo en casa. Sigüenza queda lejos de nuestro perímetro, echaré de menos ese frío de las piedras seguntinas, que corta el aliento, y una buena nevada en la silenciosa Alameda, porque somos prisioneros de un virus cuyo nombre no quiero mencionar para que no se haga viral.   Detesto el confinamiento, el afán de libertad lo tengo desde el colegio de las francesas, allí aprendí que el libre albedrío existía, no solo en la teoría de San Agustín sino también en la práctica, y era algo magnífico e imprescindible.  Después de la libertad cuesta que limiten tu paseo o el número de asistentes a la cena de Nochebuena. Me consuelo pensando que este es un periodo de transición hasta que llegue la vacuna o la vida eterna, la más tranquila, pero la única transición que reconozco y estimo es la Transición Española.

La Transición empezó cuando el Rey Juan Carlos I nombró a Adolfo Suárez presidente del gobierno y, con su primer gabinete, Suárez presentó la Ley para la Reforma Política, aprobada por las Cortes y sometida a Referéndum en noviembre de 1976.  Esta ley llevaba implícita la derogación del sistema anterior y una convocatoria de elecciones democráticas. 

 Recuerdo aquel tiempo con un agradecimiento inmenso, una sensación de confianza en todos aquellos líderes inteligentes y generosos, sin otra ambición que el servicio a España.  Los españoles nos sentimos orgullosos de haber participado en esa revolución pacífica, con tanta alegría, con tanta esperanza, desde la resistencia años antes en la Universidad, las sentadas en el hall de la facultad de Derecho, hasta los Vientos del Pueblo y la Libertad sin Ira de las primeras elecciones de la democracia.

La Constitución que garantiza nuestros derechos y libertades, fue aprobada por abrumadora mayoría en 1978. Para llegar hasta esta Constitución de Monarquía parlamentaria, las fuerzas políticas dialogaron, perdonaron, cedieron, pactaron… y todos juntos, olvidando el pasado, recorrimos un camino triunfante que iba de la dictadura a la democracia, a la libertad, a la seguridad jurídica, al progreso.  Después también sufrimos el terrorismo de ETA, el golpe de Estado y la corrupción política, pero ya en un Estado de Derecho, con las garantías de una justicia independiente.

  Ahora los españoles, confinados por la enfermedad, abrumados por la desconfianza en un gobierno débil, presionado por dudosos socios que ningunean al rey, y con la oposición dividida, estamos haciendo un triste camino inverso al que hicimos en la Transición. Pero dice Neruda: Hoy de nuevo estoy vivo. /De nuevo/ te levanto, /vida, /sobre mis hombros.