Un dolor como el suyo
Tom Lubbock tituló su artículo “¿Hubo alguna vez un dolor como el mío?” porque en ese sufrimiento, en ese relato donde el cristianismo hace su gran aportación a la construcción de lo que hemos dado en llamar Occidente, concurren el arte y la fe, y se manifiestan los límites para enfrentarse al dolor.
Marion Coutts, una reconocida artista británica, escribió en 2014 The Iceberg, libro en el que relata la enfermedad de su marido, un agresivo tumor cerebral, desde la irrupción de la noticia a su posterior deterioro y fallecimiento. Un diagnóstico implacable que tuvo, como siempre ocurre con males de este tipo, categoría de acontecimiento, que supuso un antes y un después, una ruptura con estar a salvo: el aprendizaje de que somos mortales, de que perderemos todo. Todo.
Su marido fue el célebre crítico de arte e ilustrador Tom Lubbock (1957-2011), quien también dejó por escrito su experiencia en Until Further Notice, I Am Alive (hasta nuevo aviso, estoy vivo), toda una lección de cómo morir. Antes de eso, Lubbock alcanzó la popularidad, entre otras cosas, gracias a su columna “Great Works”, en The Independent, en la que semana a semana compuso una obra de arte sobre una obra de arte. Una de ellas la dedicó al “Cristo recogiendo las vestiduras después de la flagelación”, de Francisco de Zurbarán, que se encuentra en la iglesia parroquial de San Juan Bautista, en Jadraque, y fue protagonista de la exposición sobre el pintor realizada allí este invierno. Más allá de las disquisiciones sobre la obra del artista extremeño y su incardinación en el Barroco, sobre los nuevos vientos que la Contrarreforma trajo al arte, Lubbock se acercó a esta obra tan próxima a nosotros con una mirada limpia, personal, como debiera ser siempre.
Zurbarán recoge un momento menor de la gran narración que es la Pasión, un breve respiro concedido a la violencia en el que en lugar de mostrar a Cristo sufriendo y en actitud heroica o agónica, maltratado físicamente, mostrando su dolor a modo de lección pedagógica para que el creyente entienda cuánto hizo el hijo de Dios por él, se nos muestra en una circunstancia humillante, en el que está desnudo, indefenso, asustado. Para Lubbock, Zurbarán presenta un dolor que por lo general es ajeno al cristianismo: el que produce la vergüenza, recreándose en ese momento en que cualquiera alejaría la mirada. Las dimensiones del cuadro comprimen a su protagonista, que se agacha, sin posibilidad de incorporarse, inclinado por el dolor que ha sufrido. Al ser sorprendido en ese instante siente una profunda humillación, así como provoca una inevitable incomodidad a quien observa la imagen y dirige la mirada a su rostro. Tom Lubbock tituló su artículo “¿Hubo alguna vez un dolor como el mío?” porque en ese sufrimiento, en ese relato donde el cristianismo hace su gran aportación a la construcción de lo que hemos dado en llamar Occidente, concurren el arte y la fe, y se manifiestan los límites para enfrentarse al dolor. Los de Zurbarán y los del propio Lubbock.