Un verano kafkiano

15/08/2020 - 15:07 Antonio Yagüe

Las redes y grupos de wasap se llenan de quejas de mayores cual niños malcriados quejándose de cosas y actividades intranscendentes antes de la llegada del coronavirus.

“El drama de internet es que ha promovido al tonto del pueblo como portador de la verdad”, sentenció Umberto Eco en su visita a Madrid hace ahora diez veranos. El padre de la semiótica fliparía al echar un vistazo a las redes sociales en este estío raro. Tan extraño que los ataques a la monarquía constitucional en pos de una república plurinacional o bananera están haciendo las veces del monstruo del Lago Ness, aquel que antaño servía para rellenar los espacios informativos estivales.

La primea presa es un monarca prejubilado ligero de bragueta y de manos para acopiar, con el silencio cómplice de las vacas sagradas de la comunicación y de parte del empresariado. La segunda es el mismísimo Felipe VI, siempre  en el punto de mira del nacionalsecesionismo. Los acontecimientos y hasta su propia familia también han ayudado. Hace un par de años se le sublevaba Cataluña. Antes le encarcelaronn al cuñado legítimo, por corrupción, mientras su hermana esquivó la trena haciéndose la tonta. O no. Por no hablar de la que se divorció de otro cuñado más campechano y consumidor.

Las redes y grupos de wasap se llenan de quejas de mayores cual niños malcriados quejándose de cosas y actividades intranscendentes antes de la llegada del coronavirus. No tenemos verbenas ni barras con el serpentín en miles de fiestas populares. Ni viajes, ni paellas en chiringuitos atestados, ni toallas y sombrillas amontonadas en la playa,  ni agobiantes visitas a ciudades con el tiempo justo para hacer unos selfies y enviarlos a familiares, amigos y conocidos.

Es un verano de reuniones familiares alrededor de tortillas, típicos botellines, ensaladilla rusa y alguna barbacoa. Los oriundos refugiados  en los pueblos molineses añoran la desaparecida Marisquería, aunque se felicitan por el excelente yantar en el Hangar, ubicado en las antiguas cocheras de los autobuses Mellado en la carretera de Castilnuevo. 

Una internauta lamenta que no ha quedado ni un zapatero que arregle suelas y tacones. Debería desplazarse unos 100 kilómetros hasta Teruel para unas simples tapas. Otros echan en falta un relojero que resucite las horas en sus muñecas y corazones congeladas desde que se jubiló el entrañable Conrado. Estío raro, kafkiano.