Una estirpe ejemplar


Estando don Gildo de profesor de Secundaria en el Instituto de Guadalajara, contrajo nupcias con Laura García Hoppe, a la cual, para no ser menos que su marido llamaré doña Laura

Estos últimos días se ha escuchado mucho hablar de la ética en política. Verdaderamente la acción política de las democracias avanzadas se ha de conducir por principios éticos que en absoluto son compatibles con la grosería, la difusión de mentiras, el machismo y la falta de respeto al funcionamiento de las instituciones. Respecto a ello, casi con toda probabilidad, la mayoría de las personas que participamos activamente en política pensamos que la responsabilidad del deterioro democrático la tienen los de enfrente, aunque ello no debería impedir el ver, al menos, la paja en nuestros propios ojos. 

Quienes siguen esta sección de Vindicaciones saben la importancia que concedo a las referencias del pasado para comprender los temas palpitantes que nos preocupan. Vivimos en un mundo obsesionado con lo nuevo −como si la novedad tuviera que ser siempre mejor que lo que la precede− que a menudo ignora (y a veces desprecia) a esos sujetos que ya plantearon cuestiones similares a las actuales y cuyo conocimiento nos evitaría reemprender adánicamente el mismo camino una y mil veces. 

Así, si hablamos de referentes de la ética, me es inevitable recordar a Hermenegildo Giner de los Ríos, el hermano pequeño de Francisco Giner de los Ríos (el gran profesor, pedagogo y ensayista del siglo XIX que también fue una de las principales figuras la Institución Libre de Enseñanza). Don Gildo no fue perfecto y tuvo, como todo ser humano, sus fallas, algunas de ellas incomprensibles vistas hoy; pero fue más notable su compromiso con la construcción de una sociedad que fomentara la educación y la formación integral de las personas, que defendiera el libre pensamiento y el respeto mutuo, y que no se cerrara a las ideas adelantadas.

Don Gildo fue, ante todo, profesor de Secundaria y docente altruista entre las clases más humildes. En 1875, sin que hiciera un año de la consecución de su Cátedra de Instituto, fue suspendido de empleo y sueldo por haber participado en las protestas contra la decisión gubernamental que restringía la libertad de cátedra del profesorado. Fue precisamente en estas circunstancias en las que germinó la semilla que en 1876 diera lugar a la famosa Institución Libre de Enseñanza. Años más tarde, en 1881, con la llegada de los liberales al Gobierno, los profesores apartados fueron rehabilitados y don Gildo fue destinado a Burgos, para después recalar en Guadalajara (donde estuvo algo menos de dos años), Zamora, Alicante y, finalmente a Barcelona, donde se jubiló a regañadientes.

Boda de Laura de los Ríos y Francisco García Lorca en Vermont (EEUU), 1942. En el centro la abuela Laura García Hooppe y su hija Gloria Giner. Fuente: Middlebury College.

Además, don Gildo también desarrolló intensa vida política, llegando a ser concejal y teniente de alcalde de la Ciudad Condal y varias veces elegido diputado entre 1908 y 1918, primero con el Partido Republicano y desde 1914 con el Partido Radical. Su círculo político era eminentemente republicano, habiendo mantenido amistad con Nicolás Salmerón, uno de los cuatro presidentes de la Primera República (1873-1874), relación que se  resentió cuando don Gildo, fundamentándose en su coherencia ideológica,  se alineó con Lerroux, el líder del Partido Republicano Radical al que afortunadamente no vio gobernar con la CEDA durante la Segunda República, pues murió Hermenegildo Giner del Ríos en 1923 −unas semanas antes del golpe de Primo de Rivera−, causando una honda consternación en las personas que le trataron, incluso en aquellas que lo conocieron indirectamente.

Uno de los obituarios más sentidos fue el Roberto Castrovido, diputado que tiempo después se convirtió en aliado de Clara Campoamor en la consecución del voto femenino. La verdad es que todo ese cariño y admiración pública que con merecimiento cosechó don Gildo no estaba al alcance de las mujeres. En aquella época, las féminas comenzaban a abrir pequeñas ventanas desde el ámbito doméstico hacia el mundo exterior, pero sin los medios, oportunidades y el reconocimiento de los varones (situación que ha mejorado en las democracias occidentales, pero que a nivel global no se ha superado). 

Estando don Gildo de profesor de Secundaria en el Instituto de Guadalajara, contrajo nupcias con Laura García Hoppe, a la cual, para no ser menos que su marido llamaré doña Laura. Provenía doña Laura de una acomodada familia malagueña que le pudo proporcionar instrucción y unos horizontes más amplios que los de la mayoría de las mujeres españolas.  De esta manera, cursó estudios de pintura desde su niñez prosiguiendo con ellos en la edad adulta de la mano del pintor alicantino Lorenzo Casanova. Aptitudes para esta bella arte tenía, pero las destrezas de las mujeres no se entrenaban con el mismo empeño que si se hubiera tratado de un varón, pues para ellas se concebían las artes como una afición y no una profesión. A pesar de ello recibió varias menciones y medallas en algunos de los certámenes y exposiciones en las que participó.

También destacó como escritora, siendo citada como una de las literatas que despuntaban en España en un artículo de La Revista Blanca publicado en 1903 sobre la situación de las mujeres en el mundo y los cambios que se estaban produciendo en nuestro país, si bien, en honor a la verdad, las pertenecientes al sexo femenino se encontraban constreñidas a las expectativas, estereotipos y roles más tradicionales. Con el alzamiento del fascismo español en 1936, doña Laura tuvo que marcharse al exilio, muriendo en Nueva York en 1946 en casa de su hija Gloria, otra mujer valiosa en sí misma que, aunque se la recuerde por su matrimonio con Fernando de los Ríos −uno de los intelectuales más sólidos de nuestro país y ministro socialista en la Segunda República−, dedicó su vida a la docencia y a la cultura, siendo una fiel heredera de la inquietudes tanto de su padre como de su madre y, por supuesto, de su ejemplaridad pública.