Urnas casi vacías

04/05/2019 - 18:02 Antonio Yagüe

 En algunos municipios  el censo se ha desplomado de tal manera que la votación también ha sido brevísima, pero sin prisas.

Una octogenaria de un pueblo vecino contaba en los año 80 que un sobrino “fíjate tú, en lugar de casarse como Dios manda, se ha casado por la Guardia Civil”. Se lo conté un día a modo de chiste a un picoleto del cuartel de Milmarcos. “Todavía no. Pero a este paso llegaremos hasta a enterrar a los muertos”,  comentó siguiendo a medias la broma. 

  Más en serio, en algunos pueblos de la España vacía o vaciada, y del Señorío en particular, puede decirse que en las recientes elecciones  casi se ha votado por la Benemérita. Visto y no visto. Cosa de minutos. Incluso se ha desatado una especie de competición, cuentan las teles, a ver qué pueblo bate el récord de 48 segundos establecido el pasado domingo por los seis electores de Villarroya (La Rioja).

  En algunos municipios  el censo se ha desplomado de tal manera que la votación también ha sido brevísima, pero sin prisas. Como en Lebrancón. De un censo de cuatro, solo votaron los tres de la mesa. El otro posible elector, de 92 años, internado en una residencia, declinó acudir. Abrieron el colegio por la mañana, pusieron un cartel con su localización por si iba alguien, y a las ocho de la tarde volvieron e introdujeron sus papeletas en las escuálidas urnas. La Guardia Civil vigiló el proceso.

Fuentelsaz, Maranchón, La Yunta, Tordesilos o Adobes son algunos municipios de la comarca que han perdido este año concejales a elegir. Los votantes van falleciendo y no hay nuevos. La Junta Electoral ha detectado en Tierzo y cuatro pueblos más de la provincia, que se han inflando censos. En otros se nota menos el sospechoso empadronamiento de jubilados que, salvo julio y agosto, viven en grandes capitales y acuden a votar al amigo o compadre de siempre. La mitad solo vienen a cazar o residen de facto en Molina de Aragón y ejercen fundamentalmente como vecinos del pueblo cuando hay faena en el campo. O hay que votar.

  La despoblación ha castigado de tal forma a la llamada por los cursis “fiesta de la democracia” que llegará un día en que el último edil tendrá que votarse y elegirse a sí mismo, ante la mirada benevolente de la eterna pareja de la Guardia Civil. Al tiempo.