Antonio Botija, Jadraque y un cuadro de Jovellanos

16/09/2020 - 21:12 Tomás Gismera / Historiador

Fue, sin duda, uno de los personajes más sobresalientes de los últimos años del siglo XIX e inicios del XX

Don Antonio Botija Fajardo pasó la mayor parte de su vida fuera de la villa del conde del Cid, en Madrid. Tampoco nació en Jadraque, sino en Barcones, pueblecito hoy en la provincia de Soria y que cuando don Antonio vio la luz del mundo, en 1840, acababa de pasar a pertenecer a aquella provincia, puesto que siempre fue, Barcones, tierra de Atienza y con Atienza, por su Norte, lo tiene de frontera. A pesar de ello don Antonio Botija fue una institución en Jadraque desde que llegó a la villa para contraer matrimonio con una de sus primas, hasta que volvió para quedarse a reposar a la eternidad en su cementerio.

Desde su casa madrileña, en el número 4 de la plaza de Santa Ana, que tantos recuerdos tiene para la provincia, inició en el mes de mayo de 1922 el que sería su último viaje junto a su hija Conchita. Y es que don Antonio expresó, desde que comenzó a sentir que la vida le pedía cuentas, su deseo de morir en Jadraque. Tras llevarlo a cabo aquí murió, el 26 de mayo de ese año, y en su cementerio recibió sepultura junto a su esposa, doña Antonia Botija Verdugo, que se le adelantó en el viaje unos cuantos años.

Puede que nadie se haya parado a pensarlo, pero si  echamos una mirada a la lista de profesiones que eligió la juventud jadraqueña de los comienzos del siglo XX nos llevaremos una sorpresa al encontrarnos con un gran número de Ingenieros Agrónomos. 

Algo de lo que don Antonio Botija podría darnos cumplida explicación, puesto que fue Ingeniero Agrónomo; y no sólo eso, sino que también fue director de la Escuela Especial de Ingenieros Agrónomos; inspector general, catedrático de Agricultura, y un ciento de cosas más. Además de expandir por la localidad la profesión que él mismo ejercía, y a través de sus numerosas publicaciones, por España e incluso Europa. De ahí que en los inicios del siglo XX se prodigasen por Jadraque los ingenieros.

También fue, desde el último tercio del siglo XIX hasta pocos años antes de su retirada de toda actividad política e industrial, uno de esos personajes imprescindibles en el mundo social, político y cultural de una provincia. Pues fue, además de diputado provincial, representante en el Congreso de los Diputados por el partido de Atienza-Sigüenza; llegó a ser nombrado gobernador civil de Burgos y dejó escritos, como apuntábamos, una docena de tratados de agricultura que fueron en su tiempo auténticos manuales para todo aquel que quisiera dedicar su vida a eso, a la agricultura. 

 

Plaza y Ayuntamiento de Jadraqie

 También fue en Jadraque uno de sus principales propietarios, de tierras, de fábricas de harinas, e incluso llevó la luz eléctrica a la población, cuando llevar la luz eléctrica a una población significaba dar un paso de gigante hacía la modernidad. Que lo dio en 1898, el 30 de enero. 

Aquel día dejó grabado su nombre con letras de molde en la historia de la localidad. Don Antonio había prometido a los jadraqueños que antes de que finalizase el siglo sus calles se verían iluminadas por la luz eléctrica, que por estos tiempos comenzaba a hacer furor en las ciudades y poblaciones que de cierta relevancia se lo podían permitir.

Para que un pueblo como Jadraque pudiese contar con tan mágico invento tan sólo necesitaba unos motores, unas turbinas, un molino y mucha agua. Esto último, el agua en abundancia la tenía; el molino también, ya que lo ponía la familia Verdugo-Botija; faltaba, como mucho, adaptar las turbinas,  motores, hacer el tendido… Pequeñas cosas que con el tiempo se solventarían.

En la provincia de Guadalajara, a esas alturas, se contaban con los dedos de la mano las poblaciones que disfrutaban del adelanto, que lo era. Para alumbrarse no quedaba otra que la luz de hogar, esa que ofrecía la lumbre quemando leña; la del candil; o la más moderna, destinada a la iluminación urbana durante una o dos horas diarias, de las lámparas de petróleo. Aquel, el día estaba despejado. El señor cura bendijo las instalaciones y al momento de caer el sol el Sr. Botija accionó la palanca y, al momento, se iluminó el gran foco situado en el centro de la plaza, y el cartel que se colocó en la fachada del Ayuntamiento en el que se leía “Viva Jadraque”, compuesto por bombillas de colores. Por supuesto, sonaron las campanas y los fuegos de artificio surcaron el aire.

Habitaban, don Antonio Botija y su familia, el viejo caserón de los Verdugo de Oquendo y los Arias de Saavedra. El caserón en el que es fama y recoge la historia, al que fue a curarse de los males del cuerpo y del alma el gran erudito don Gaspar de Jovellanos, liberado de sus prisiones.

 

Cuadro de Jovellanos

Allá acudió en busca del amparo de su tutor, el atencino don Juan José Arias de Saavedra, a quien un mal día persiguieron los franceses hasta hacerlo marchar a las altas cumbres de Bustares, tratando de salvar la vida, y donde encontró la muerte y en su iglesia de San Lorenzo fue enterrado.

Don Juan José murió unos meses antes de que lo hiciese el gran adalid asturiano de la cultura, y aun así no mudó su testamento, ni la idea de dejar a los Arias de Saavedra parte de su colección pictórica, aquella que con el tiempo pasó por mil vicisitudes y hoy se encuentra distribuida por media España y sus museos.

Los cuadros que fueron de Jovellanos, y después de los descendientes de Arias de Saavedra se mantuvieron durante largos años en el caserón. Entonces, mediado el siglo XIX y hasta sus años finales, a aquellas pinturas no se las daba el valor que hoy tienen. Quizá porque eran muchas las pinturas que ornamentaban caserones como los de los Verdugo de Jadraque. Y las pinturas no eran, ni mucho menos, para echarlas al saco del olvido: algunos lienzos de Goya, otros de Zurbarán; una Virgen María del célebre Murillo; otra Virgen María del divino Morales… Bagatelas.

En qué momento la familia se deshizo de los Murillo y los Morales no está claro; probablemente pasasen a otras ramas familiares cuando unos heredaron de los otros, quedando en el caserón la Virgen Niña de Zurbarán, hoy en el Museo Diocesano de Sigüenza, y aquel gran lienzo de Gaspar Melchor de Jovellanos que pintase el gran Francisco de Goya en Aranjuez el año de gracia de 1798 y por cuya hechura cobró el famoso sordo de Fuendetodos la nada despreciable cantidad de 6.000 reales. La factura la abonó, al recibo de la obra, don Joaquín Verdugo, el sobrino y heredero de don Juan José.

En las salas de la casa estuvo el famoso cuadro de cuerpo entero de Gaspar Melchor de Jovellanos hasta que llegó el año de gracia de 1868, cuando en Jadraque se inauguró el nuevo puente que cruzaba el río y a su inauguración, el 15 de abril, asistió el Sr. gobernador, a quien recibieron las autoridades con el lógico cumplimiento, le mostraron el pueblo y lo invitaron a conocer la casa en la que se alojó don Gaspar Melchor y… ¡oh sorpresa!, a don Florencio Janér, un gobernador erudito en historia y ciencia, le llamó la atención aquel lienzo con trazas de pintura de Francisco de Goya.

Don Antonio Botija, con el beneplácito de la familia, acudió poco después, con el cuadro bajo el brazo a ofrecerlo al Congreso de los Diputados, por si la Cámara Legislativa estaba interesada en su adquisición, que no lo estuvo, y tampoco el Museo del Prado. Goya entonces no tenía tanto predicamento como lo tiene hoy en día.

Terminó en la trapería, o tienda de antigüedades, de don Mariano Santamaría, por poco más de mil pesetas, después de recibir la negativa del Museo, quien a su vez solicitó informe de la Academia de San Fernando y la Academia respondió diciendo que el Museo Nacional ya tenía bastantes obras del pintor y que como no era de lo mejor de don Francisco… no merecía la pena.

Don Mariano Santamaría se lo vendió, por unos cuantos miles de pesetas a la duquesa de la Torre, de quien pasó a la vizcondesa de Irueste, a cuyos descendientes se lo terminó comprando el Ministerio de Educación Nacional por veinticinco millones de las pesetas de 1974, para que fuese expuesto en el Museo del Prado. El lugar al que don Antonio Botija lo quiso llevar en segundo lugar, y donde fue rechazado.

Como que la vida da tantas vueltas que, al final, no sabemos dónde tenemos la cabeza. ¡Si don Antonio Botija la levantase!