El canto improvisado
En nuestra tierra quedan artistas que improvisan sobre la marcha y cantan lo que en ese momento se les ocurre.
Hablábamos, en nuestra última entrega para estas mismas páginas, de “las razones del cantar” y sacábamos a relucir un montón de coplas que aludían a los motivos que movían a los artistas populares a la hora de expresar sus sentimientos por medio de la canción. Se nos quedaron cosas en el tintero y por eso este artículo será complementario del anterior y es posible que vengan más, porque el tema da para mucho.
Terminábamos nuestro último artículo hablando de que una parte muy importante del repertorio de rondadores y cantantes populares era un repertorio heredado de la tradición y que la gente interpretaba cuando venía al caso, especialmente en las jotas y en las seguidillas del principio, pero también en fiestas y, para rematar y despedir una ronda con las variadas fórmulas de despedida, que muchas veces incluyen el nombre de la localidad donde tiene lugar la ronda: Allá va la despedida/ la que echan los de Pastrana/ con la jarrita en la mano/ y a beber de buena gana. -Por poner el primer ejemplo que se me ha venido a la cabeza.
Una 'cuadrilla' en las calles de Aledo. Foto: José Antonio Alonso.
Hay otras coplas fijas que están en la memoria de los rondadores y que van saliendo cuando lo requiere el guión. Porque la ronda tiene mucho de rito, de representación, de manifestación de sentimientos, de argamasa de la comunidad, de señas de identidad.
Para el público que desconozca los entresijos de la ronda, algunas coplas pudieran dar la impresión de ser improvisadas, sin embargo muchas pertenecen también a esa herencia de un repertorio fijo y secular. Estoy pensando en ese diálogo o “picadillo” que a veces se establece entre dos rondadores:
-Rondador 1: Canta compañero canta,/canta bien y canta fuerte,/ que la cama de esta dama/ está en alto y no lo siente.
-Rondador 2: Este mozo que ha cantado/ habrá dormido con ella,/cuando sabe que está en alto/ la cama de esta doncella.
-Rondador 1: No compañerito, no,/ que no he dormido con ella,/ que una vez que estaba mala/ subí con su madre a verla.
El trovero Juan Rita, cantando en Aledo. Foto: José Antonio Alonso.
Pero muchas coplas son improvisadas y fruto de la imaginación repentina que se ajusta a las circunstancias del espacio, de las condiciones ambientales, de las características del que ronda o de acontecimientos puntuales de un determinado momento. Según he oído contar en una localidad, al parecer, los taberneros decidieron añadir tierra a los sacos de las legumbres con la idea de aumentar el beneficio. Eran tiempos en que las tabernas vendían de todo, además de los vinos y licores correspondientes, de modo que igual podías adquirir unas sardinas arenques que unas alpargatas; el caso es que algún ingenioso rondador compuso la siguiente cuarteta que fue muy celebrada entre el público asistente:
Los taberneros no venden/ ni vino, ni Cariñena,/ lo que venden son lentejas/ arrevueltas con arena.
También me han llegado noticias de algún ciego itinerante que se ganaba la vida cantando por los pueblos. Suponemos que llevaría un repertorio fijo, pero, al parecer también improvisaba sus cantares para agradar a la concurrencia y aumentar así los donativos del público. El hombre se las ingenió para meter en una misma copla de despedida a todos los miembros de la familia, antes de pasar el sombrero:
Señor Francisco y tía Rosa,/ la despedida florida:/ el Vicente y el Esteban, el Benito y la María.
Este coplero tenía que ingeniárselas para sobrevivir. Vamos, que era, de algún modo, un profesional con oficio, pero a veces el ingenio salía porque sí, fruto de una cultura extendida y heredada.
Esteban del Moral, cantando en la ronda de Pálmaces. Foto: José Antonio Alonso.
El cancionero tradicional español cuenta con una variadísima muestra de manifestaciones culturales que encuentran en la improvisación su común denominador. A estudiar el tema se han dedicado folkloristas, musicólogos, lingüistas y antropólogos de distintos lugares. Tomando las palabras del filólogo canario Maximiano Trapero “...la unidad métrica para el canto improvisado es cambiante, según las regiones: en Galicia se usa la cuarteta (y se llama regueifa), en Murcia y Las Alpujarras, la quintilla (y se llama trovo), en Baleares, la octavilla (y se llama glosat), en Canarias, la décima (y se llama punto cubano) y en el País Vasco, una multitud muy variada de combinaciones estróficas (y se llama bertsolarismo”). Dicho autor hace también referencia a otras manifestaciones similares como el cantar a picadillo de la montaña occidental de Santander.
Siempre que hablamos de improvisación cantada me vienen al recuerdo los troveros murcianos. Yo escuché cantar e improvisar por primera vez, a finales de los años 80, en Aledo (Murcia) al Tío Juan Rita, uno de estos antiguos troveros, y me quedé prendado de su aplomo y de su capacidad para improvisar e interpretar. De aquellos años son un par de imágenes que acompañan estas líneas. Luego he vuelto a escucharle en alguna otra ocasión. Veo en la red que Juan falleció en 2020, a la edad de 108 años. Supongo que la música le habrá ayudado a vivir tantos años y, desde luego, a disfrutar con su afición.
Aunque ya de manera residual, todavía quedan entre nosotros personas que siguen improvisando y cantando, según la ocurrencia que se les viene a la cabeza. Muchas veces hemos disfrutado de la gracia y el estilo del conocido rondador Esteban del Moral que, cuando puede, continúa recorriendo las rondas de muchos pueblos de Guadalajara, siendo siempre bien recibido. No hay que ir muy lejos, a veces, para encontrarnos con buenos artistas populares. También en las tierras castellanas se improvisa, en las rondas y en otras manifestaciones de nuestro cancionero festivo, pero esto último ya se queda para otro día.
Publicado en el “Resumen” del comienzo de su trabajo “La poesía improvisada y cantada en España”. La palabra: Expresiones de la tradición oral. Salamanca: Centro de Cultura Tradicional, 2002, Pp. 95-120.