Javier Azpeitia: “Hay que mirar sin prejuicios a Grecia para comprender de dónde venimos”

04/07/2021 - 15:32 E.Fernández-Galiano

Su novela ‘Músika’ plasma la vieja tensión entre civilización y barbarie.

El escritor Javier Azpeitia vive en Madrid, aunque siempre que puede escribe en Sigüenza. Fue durante muchos años editor, un oficio con el que ajustó cuentas en su anterior novela: El impresor de Venecia. La editorial Tusquets acaba de publicar Músika, una obra que recorre el mundo del siglo V a. C. en torno al mar Mediterráneo: desde Tartesos hasta Atenas pasando por Cartago, la Populonia etrusca, la Cumas de la Sibila, la capital macedónica Pela, Egipto, Nubia… Músika cuenta la historia de la relación entre el poeta trágico Eurípides y una esclava huida de la Tartesos hispánica y verdadera protagonista de la novela: Mora, que se convierte en discípula y escriba del poeta y, cuando él muere, descubre una trama criminal tras lo que parecía un accidente, y busca al verdadero culpable para vengarse. La primera pregunta es obligada: más de uno al terminar la lectura se quedará con la duda de en qué estante de la biblioteca colocarla. 

 Músika no es una novela histórica al uso. ¿Cuál es su verdadero género? 

Yo quería hacer una novela de ideas con aire de novela de aventuras, lo que constituía un proyecto contradictorio, por no decir imposible. Eso me obligó a la mezcla. He intentado entretejer tres géneros: la novela de viajes en la huida, la novela policiaca en la reconstrucción del crimen y la novela sentimental, en la pelea de amor entre amo y esclava, o más bien entre el maestro Eurípides y su discípula Mora. Y aunque hoy nos resulte extraño, la cultura griega concebía la enseñanza, la transmisión del conocimiento, como una forma de amor, así que, al tiempo que una novela sentimental, es una novela de aprendizaje, iniciática. 

Las tres etapas de la vida de la protagonista que forman esas tres historias entrelazadas, adolescencia, juventud, madurez, están llenas de sucesos trágicos, aunque a veces se cuentan con humor. ¿Has querido hacer también una tragedia?

Era obligado, en una novela sobre el dramaturgo trágico Eurípides. Y hay que recordar que, por lo que sabemos, fue él quien introdujo el humor en la tragedia, cambiando el curso de la literatura para siempre. Las tragedias giran en torno a la muerte. Son, en el trasfondo, cantos de duelo, lamentos por una víctima. Y mi novela se organiza a partir de dos muertes relacionadas con la protagonista: la muerte de la madre, que le enseñó de niña los cantos de su cultura, y la muerte del maestro amante, que le enseñó de joven a recuperarlos y hacerlos suyos.

 

¿La visión que das aquí de Atenas, de la cultura griega, es peculiar. ¿Se podría hablar de una desmitificación?

He intentado trasladar la visión que podría tener una mujer extranjera de aquella ciudad en la época. Mora es una salvaje, desde el punto de vista griego. Por eso la novela está escrita desde el asombro de quien llega a la gran ciudad, Atenas, y choca con las costumbres civilizadas, que a ella, a su vez, le parecen feroces. Es la vieja tensión entre civilización y barbarie. Mora, la salvaje, no entiende esa cultura que teme y desprecia a la mujer, ni la consecuente aspiración a la castidad que practican los hombres cultos, para librarse de la influencia femenina. Ni su desprecio de los extranjeros, ni su pasión por el dinero, con ese gusto por comprar y vender lo que sea, incluidas las personas como ella misma. No entiende la guerra, la preparación para la guerra que se da a lo largo de toda la vida de un griego. Mora se da cuenta de que esa civilización brillante encadena una serie de errores en su constitución que hacen que sea un peligro para los propios individuos que la componen. 

Grecia es la base de nuestra cultura, y creo que hay que mirarla sin prejuicios, desmitificarla para saber de dónde venimos, cómo somos. Estamos demasiado acostumbrados a criticar culturas ajenas, e incapacitados para juzgar con objetividad la nuestra, la cultura europea. Sin una actitud crítica nunca vamos a entender tampoco sus muchos valores, como la democracia. O esa concepción de la relación del hombre con las artes que pervive hoy, no sé si ya cercana a la extinción.

Entre las artes de las que tratas en tu novela, el teatro es una fundamental. La protagonista se ve obligada a actuar en una obra, algo que no estaba permitido en el teatro griego a las mujeres.

No al menos en Atenas. En la tragedia de finales del siglo V a. C. tres actores hacían todos los personajes cambiando de máscara entre escena y escena. La máscara me permitía meter a mi protagonista, una mujer extranjera, a vivir el teatro desde dentro. Como dice un personaje en la novela, Atenas fue más fuerte por su teatro, convertido en un arma diplomática de exaltación de la ciudad, que por su flota. Y eso que sus remeros, ciudadanos enfrentados por lo general a esclavos o mercenarios, convertían a su flota en casi invencible en la defensa de la ciudad. También los coros teatrales se componían de ciudadanos libres, que daban una representatividad emotiva tremenda a las obras ante los espectadores.

El teatro es en el fondo un modo más de contar historias, y aunque situamos su nacimiento en la Grecia del siglo VI a. C., no tengo ninguna duda de que es anterior. El teatro es natural al hombre, lo inventan los niños en cualquier tiempo. Y Músika trata de eso también: de la función de la literatura en la sociedad. El teatro era una forma de poesía oral, en una época en la que comienza a registrarse por escrito precisamente para que los actores puedan aprenderse sus parlamentos.

La fuerza de la poesía como elemento de expresión y comunicación oral era enorme entonces. No había mapas dibujados en planos, así que los mapas eran canciones que describían las costas desde el barco, las playas, los promontorios, los puertos, las desembocaduras de ríos navegables. Poemas que los marineros se cantaban en sus lenguas mezcladas para mostrarse y aprender las rutas de cabotaje. La poesía transmitía los conocimientos, las ideas, la concepción de la vida. En verso y con música, para que los conocimientos transmitidos pudieran grabarse para siempre en la memoria. Hasta la identidad de cada uno era un poema, un breve epitafio definitorio que quedaba grabado en la losa de la tumba, al borde de los caminos, a la salida de las ciudades, para que los viajeros se detuvieran a leer en silencio evocando al muerto, reviviéndolo en sus mentes. El nombre es el hombre.

 

También hay hueco en Músika para la pintura

Claro. La pintura, eso lo sabes tú mucho mejor que yo, es otro modo de reflejar la vida, de intentar atraparla, de transmitir nuestro conocimiento del mundo, de contar historias. El pintor griego Zeuxis, que también aparece en la novela, pasó a la historia del arte gracias a la leyenda de un pájaro que intentó picotear las uvas de uno de sus bodegones: un fake que engañó a un pobre pájaro. Y entonces, cuando había alcanzado el realismo más absoluto, descubrió su interés por la pintura fantástica. Muchos siglos después Luciano de Samosata describió una pintura suya en la que una centáuride amamanta a dos bebés centauros. Una obra fantástica, pero, como transmite el propio Luciano con emoción, confusamente real. Como la vida misma.

 

Siempre has dicho que escribes novela histórica para hablar del presente. ¿Qué queda de Grecia en nosotros que le haya llevado a escribir sobre su cultura?

Para mí el legado más importante del mundo griego está precisamente en la concepción de la identidad como representación y del mundo como teatro. Los psicoanalistas saben bien que la salud depende de nuestra capacidad para construir un relato satisfactorio de nuestra vida. Un relato de ficción hecho con más olvidos que recuerdos, como no podría ser de otra forma, porque la vida es un caos inaprensible.

La palabra griega prósopon, como la palabra latina persona, designaron la máscara teatral antes de pasar a designar al individuo humano. Hemos aprendido a vivir tras una máscara que escogemos al final de la pubertad, declamando y gesticulando como si nuestro personaje fuera verdadero. La última tragedia de Eurípides, Bacantes, lo insinúa: podemos jugar cuanto queramos a ser hombres civilizados y racionales, siempre que no olvidemos que en el fondo somos irracionales y formamos parte de un grupo que nos mueve y nos da sentido, como se demuestra bajo lo que los griegos consideraban la influencia del dios Dioniso: cuando somos presa del pánico, cuando reímos en el teatro o votamos en la asamblea, o cuando bailamos o cantamos con la misma música. Porque si olvidamos eso, nos ensimismamos y nos perdemos en el afán de saciar inútiles aspiraciones personales que nos aíslan y nos convierten en pequeños monstruos, tiranos de los que nos rodean. Y si dejamos que eso suceda, cuando llegue el momento de la verdad, enfrentados en nuestro delirio egocéntrico a la manada a la que pertenecemos, no va a resultarnos nada agradable comprobar que detrás de la máscara no hay nada.