La primera guía turística de Guadalajara y Sigüenza (I)
Publicada en el año 1885 por el comandante de Infantería Emilio Valverde y Álvarez
Viejos y queridos libros, a veces olvidados, que duermen sus sueños en anaqueles y bibliotecas. El comandante de Infantería Emilio Valverde y Álvarez (1848-1894), eminente geógrafo, concienzudo delineante y fecundo investigador, publicaba, en el año 1885, la primera guía turística de las tierras de Guadalajara. Un cuidado volumen de pequeño formato, ilustrado con planos y grabados, intitulado Plano y guía del viajero en Alcalá de Henares, Guadalajara y Sigüenza, que ponía a disposición de viajeros y excursionistas una infinidad de pormenores sobre estas históricas ciudades. El nuevo libro de Valverde venía a completar otras obras del autor, sobre las regiones españolas, y en especial a un mapa de la provincia de Guadalajara, dibujado en color y diseñado con esmero, impreso en el año 1880, que formaba parte del Atlas geográfico y descriptivo de la península Ibérica. Una joya bibliográfica depositada en la Biblioteca Nacional de España.
La llegada del ferrocarril a Guadalajara en el mes de mayo de 1859, y a Sigüenza tres años después, no solo fue un muy importante revulsivo económico y social, sino que supuso una valiosa revolución en las relaciones humanas. La línea férrea de Madrid a Barcelona, trazada por el valle del Henares, hacía posible una moderna forma de comunicación, rápida, cómoda y segura, que acercaba a las gentes de Guadalajara a las más importantes ciudades españolas, reduciendo las antiguas y largas jornadas de viaje, a pie, en carruaje o sobre una cabalgadura.
Entre otras favorables consecuencias, la modernidad del ferrocarril favorecería el nacimiento de un incipiente turismo hacia los centros históricos de la provincia, Guadalajara, Jadraque o Sigüenza, que gozaban de una estación. Al tiempo, la cercanía de los llamados caminos de hierro hizo crecer el número de clientes de los ya famosos balnearios de Trillo y de Sacedón, frecuentados por personas pudientes y acomodadas. La primera guía de Guadalajara, como era de prever, ofrecía reclamos y comentarios sobre estos lugares y comarcas.
A modo de pórtico, en las primeras paginas de su interesante compendio, Valverde sugiere a los turistas la posibilidad de efectuar un “viaje combinado” por Sigüenza, Guadalajara y Alcalá de Henares, de tres días de duración. Un ajustado periplo ferroviario meditado y medido con minuciosidad. Leamos: Los viajeros deben salir de Madrid a las siete de la mañana, en el primer tren con destino a Sigüenza. Tras cinco horas y media de viaje, una vez llegados a la ciudad episcopal, pueden comer y descansar en una de las fondas de la localidad y por la tarde, desde las dos hasta la ocho, recorrer calles y plazas y visitar los principales monumentos. A esa hora, tomarán el tren expreso, proveniente de Barcelona, y al llegar a Guadalajara, pasarán la noche en alguno de sus hoteles. Al día siguiente, los viajeros podrán visitar la capital alcarreña, a su libre albedrío, y a las siete y media de la tarde, de nuevo en ferrocarril, vendrán a dormir en Alcalá de Henares. En la ciudad complutense pasarán el tercer día y regresarán, a las ocho de la noche, en el último convoy hacia Madrid. Una curiosa y sorprendente aventura.
Al repasar la guía turística de Emilio Valverde el lector se sumerge en la Guadalajara de los últimos años del siglo XIX. Una pequeña y sosegada capital de provincia, que contaba con cerca de ocho mil habitantes y unas mil doscientas casas, asentada en una suave pendiente, “en la margen izquierda y a pequeña distancia de las aguas del Henares, al pie de una línea de colinas cubiertas de viñedo y olivar”. El caserío, dominado por el antiguo convento de san Francisco, abarcaba “una cincuentena de calles, bien empedradas, una plaza y diecinueve plazuelas, distribuidas en cuatro barrios o cuarteles”.
Consejos e informaciones. Los turistas realizaban su visita a Guadalajara en una sola jornada, a lo largo de nueve horas, llegando a la estación a las nueve de la mañana, en el tren procedente de Madrid, y regresando en el que pasa por la ciudad al caer de la tarde. El importe del viaje era de 6,50 pesetas, en primera clase, de 5 pesetas, en segunda y de 3, en tercera, disponiendo de billetes de ida y vuelta a precios más reducidos. Desde la estación una línea de ómnibus trasladaba a los viajeros al comienzo de la calle Mayor, y la guía recomendaba las direcciones de dos posibles alojamientos: la fonda del Norte, situada en la plazuela de la Fábrica, frente a la Academia de Ingenieros, y la Española, en la calle de Santa Clara, que ofrecían un buen servicio.
Una vez indicadas tan provechosas referencias, Emilio Valverde narra, con brevedad y precisión, la vieja historia de Guadalajara, señalando a sus más afamados personajes: El poderoso cardenal Pedro González de Mendoza, Antonio del Rincón, pintor de los Reyes Católicos, o el sabio arquitecto Luis de Lucena, elegidos entre “una infinidad de hombres ilustres y escritores notables”.
A renglón seguido, el erudito autor pasa a describir los mejores monumentos de la ciudad, mudos testigos de un noble pasado de “esplendor y grandeza”: El cuartel y la Academia de Ingenieros militares, establecidos en 1832, el palacio de los duques del Infantado, el alcázar de la reina Berenguela de Castilla y las antiguas Casas Consistoriales, edificadas en el siglo XVI. A ellos se suman el Fuerte de san Francisco, el antiguo convento de la Piedad, que albergaba el Instituto de Enseñanza Media, el museo y la biblioteca provincial, y la escuela de Magisterio, ubicada en el viejo cenobio de san Juan de Dios. Son igualmente citadas las iglesias parroquiales de san Ginés, san Nicolás, san Gil y Santiago, y la de santa María, hoy concatedral, donde se veneraba una primitiva “imagen de la Virgen que, según dicen, llevaba siempre sobre el arzón de su silla el rey Alfonso VI”. Una talla románica, destruida durante la guerra civil, hoy sustituida por una réplica moderna.
Al referirse a los centros de enseñanza de Guadalajara, el erudito miliar destaca, con especial agrado, a la escuela de niños, “una de las mejores de España”, sin olvidar que, aparte de otra escuela de párvulos, la ciudad albergaba ocho academias, “particulares y privadas”, y dos colegios de “preparación para el ingreso en las carreras especiales”.
Los paseos de Guadalajara gozan de una especial mención, tanto el de la Concordia, “que es el favorito de sus habitantes, muy bien plantado y que en nada desmerece de otros de grandes capitales, como el que conduce al cementerio, los de las Cruces y el del Balconcillo. En el centro urbano se pueden admirar “la casa de la Diputación provincial, la plaza de toros, el casino y el Ateneo científico y literario”.
Los postreros párrafos de la guía de Emilio Valverde dan noticia de la actividad agrícola e industrial y de manufacturas y productos, concluyendo, como gustaba a su autor, dando cuenta de otros rumbos y caminos: “Desde Guadalajara se va con facilidad a los baños de Trillo y Sacedón” en carruajes tirados por caballerías. En el viaje a Trillo se empleaban unas diez horas de marcha, y cuatro en el de Sacedón. “Hay línea de coches a Pastrana y a Cuenca, que tardan siete y nueve horas”, respectivamente. Los albores del turismo asomaban por el horizonte.
–––
Javier Davara es profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid.