Las ferias del Rey que enseñó a juzgar al ajedrez a Bobby Fischer


En el interior de este artículo puedes ver el documento del privilegio de Alfonso X, de 1260, por el que se concedió a Guadalajara el privilegio de organizar dos ferias al año. La de octubre fue el germen de las actuales. 

Con el paso del tiempo voy perdiendo memoria y no pocas cosas más, pero todavía tengo la suficiente para acordarme de hechos y, sobre todo, palabras que, en su momento, llamaron poderosamente mi atención, tanta como para hacerles un hueco en mi hipocampo. Ahora que estrenamos septiembre, el mes festivo por excelencia para Guadalajara desde hace medio siglo, aunque antes lo fuera octubre, me han sobrevenido numerosos recuerdos de las ferias de la capital porque es un momento especialmente intenso en el calendario vital de la ciudad que siempre me ha atraído, incluso gustado y a veces hasta entusiasmado, si bien reconozco que las canas no solo van ganando terreno en mi cabello, también en mis anhelos festeros. Recuerdo con absoluta nitidez el pregón de las ferias de 1980, las segundas de la etapa democrática municipal que, tras el franquismo, se abrió con el alcalde socialista, Javier Irízar. El pregonero fue un entonces muy joven Santiago Barra, mi querido compañero y amigo a tiempo completo y, a ratos, también maestro, junto a su tío, Salvador Toquero, en la vieja redacción del siempre querido y añorado periódico Flores y Abejas. En aquellos años, a diferencia de como viene sucediendo en los últimos, no había uno oficial y otro de peñas, tan sólo había un pregón que se pronunciaba desde el balcón del ayuntamiento, con la plaza Mayor abarrotada de gente, sobre todo de animados y ruidosos peñistas. El pregón de Santiago fue una gran pieza que cabalgó a lomos del mejor periodismo literario y festivo, aquel tan propio de finales del siglo XIX cuando se fundó Flores y Abejas. Se por él mismo que quiso que fuera un homenaje a “nuestros mayores”, o sea, al primer cuadro de redacción de aquel viejo periódico fundado en 1894 y que conformaban notables figuras, con peso en la historia de la ciudad, como son Federico López González, Luis Vega-Rey, Alfonso Martín, Luis Cordavias y Marcelino Villanueva y Deprit. Dos de ellos, Martín y Cordavias, aún permanecen en el callejero. El conjunto del pregón de Barra fue brillante -y no lo tenía fácil pues el anterior pregonero había sido un gran escritor vinculado a Guadalajara, Ramón Hernández, autor de “El ayer perdido”, una obra en la que se retrata la ciudad de posguerra con fogonazos neorrealistas-, pero de él me quedo con un párrafo antológico que a continuación reproduzco: “Guadalajara (…) tiene un origen ferial nada despreciable, que se remonta a Alfonso X, aquel rey que se hizo famoso editando libros de ajedrez, con los que luego aprendió a jugar Bobby Fischer -campeón mundial en ese momento y gran rival del ruso Spassky-, y que le llamaron “el Sabio” a raíz de inaugurar una Escuela de Traductores en Toledo y declarar de real interés las ferias de Guadalajara”. Como ya les he anticipado, aquellas ferias del 80 se pregonaron con periodismo literario y festivo del mejor.

Efectivamente, Alfonso X, de quien se está celebrando el octavo centenario de su nacimiento, otorgó a Guadalajara en 1260 el privilegio de celebración de dos ferias anuales: una de once días en la cincuesma de Pascua y la otra, ocho días después de la festividad de San Lucas (18 de octubre). La primera feria se movió varias veces en el calendario: primero se desplazó al Corpus -fiesta mayor por excelencia en la ciudad- y más tarde a la festividad de San Gil, en mayo. Con el paso del tiempo, terminó desapareciendo. De la segunda feria, la de San Lucas -que también pasó a celebrarse un tiempo por Santa Catalina, a finales de noviembre-, devienen las actuales ferias de Guadalajara, antaño de ganado y hogaño de cacharritos y puestos que en las últimas décadas han cambiado ya cinco veces de ubicación: Las Cruces/Santo Domingo y el Jardinillo -hasta mediados del siglo XX- La Concordia -años sesenta y setenta-, Adoratrices -años 80 hasta 2007-, nuevo recinto ferial -de 2008 hasta 2019, último año pre-pandémico- y para este ya se ha anunciado que se ubicarán entre los parques de la Concordia, San Roque, Adoratrices, Fuente de la Niña y aledaños. Veremos cómo sale la cosa y cuánto dura esta ubicación que, a mi parecer, tiene cuando menos tres importantes puntos débiles: impacto sobre los parques, molestias vecinales y movilidad.

Privilegio rodado de Alfonso X, otorgado en Córdoba en 1260, concediendo a Guadalajara la celebración de dos ferias anuales. Archivo Municipal de Guadalajara. (Referencia136451)

Sigamos volviendo la vista atrás. Alfonso X, ese rey que según Barra se ganó el apelativo de “Sabio” entre otras cosas por otorgar el privilegio de celebrar ferias a Guadalajara, está siendo últimamente muy valorado por los historiadores, no solo por tratarse de un monarca culto y amante de las ciencias, las artes y las letras, y también como recopilador con “Las Partidas” del primer y gran cuerpo legal castellano unificado, fuente principal de nuestra jurisprudencia hasta el siglo XIX, sino por ser un gran impulsor de la economía del reino fomentando el comercio. Esta tesis la avala el hecho de que el hijo de Fernando III y sucesor suyo en la corona de Castilla, concedió la merced de celebrar ferias y mercados a numerosos concejos, no solo por razones políticas, pago de lealtades o ánimo recaudador, sino con inteligentes criterios de complementariedad zonal, al estilo de lo que un siglo antes había hecho en Francia el Duque de Champaña con su famoso “ciclo ferial”, estudiado y reconocido en todos los manuales de historia medieval europea. Así las cosas, el “rey Sabio” creó un completo circuito y calendario ferial en nuestro entorno que comenzaba con la feria de Alcalá (el domingo de Quasimodo, una semana tras la Pascua), a la que seguían la de Almoguera (Cruz de Mayo), Pareja (Domingo de Pentecostés), la feria de primavera de Guadalajara (cincuesma de Pascua), luego la de otoño (San Lucas, en octubre) y, finalmente, Brihuega (Todos los Santos). Notables historiadores como Ladero Quesada, Ortego Gil y Ballesteros San José inciden en el inteligente propósito de Alfonso X al crear este ciclo/circuito/calendario ferial que posibilitaba a los comerciantes de una zona acudir a todas ellas al no solaparse ninguna, cubriendo y abasteciendo además a todo un territorio. Recordemos que la celebración de ferias comportaba beneficios para comerciantes y compradores, pero sobre todo para los reyes que las concedían -al gozar de derechos económicos sobre ellas-, los concejos -al percibir rentas por ocupación de suelo, aposentamiento, correduría, veeduría, etc.- y a los oficiales que las controlaban, especialmente los almotacenes, que eran los encargados de contrastar pesas y medidas.

Fue ya avanzado el siglo XX cuando en Guadalajara se unificó el actual concepto de “Ferias y Fiestas” pues en los siglos precedentes las ferias, como los mercados, tenían una exclusiva intención comercial -aunque siempre hubiera oferta de ocio a su alrededor- mientras que las fiestas eran unas celebraciones fundamentalmente de carácter religioso -en las que no podía faltar misa y procesión-, pero también las había profanas -en las que se solían programar toros, comedias, luminarias, fuegos artificiales, mascaradas, etc.-. La motivación de las fiestas religiosas era rendir culto a un santo o advocación mariana, en ocasiones tras suscribir el concejo votos de patronazgo, en petición de favores o en agradecimiento por ellos, generalmente el fin de epidemias, sequías o hambrunas. El historiador Angel Mejía, en su trabajo titulado Fiesta en Guadalajara (siglos XVI-XVIII), publicado en el volumen 30-31 de los Cuadernos de Etnología de Guadalajara, editados por la Diputación desde 1986, nos aporta esta relación de las principales fiestas que con carácter fijo se celebraban en la capital en la Edad Moderna: San Sebastián (20 de enero), La Candelaria (2 de febrero), San Blas (3 de febrero), Santa Águeda (5 de febrero), Santa Mónica y San Agustín -4 y 5 de mayo-, Santa Catalina de Siena -primer domingo de mayo-, Corpus Christi -variable-, San Gil -mayo-, San Pedro y San Pablo -29 de junio-, San Roque -16 de agosto-, San Antolín -septiembre-, la Virgen de la Antigua -en septiembre, desde 1610; antes se celebraba el día de la Concepción-, San Ginés, Santa Lucía y Santa Apolonia. A estas quince fiestas, cabría añadir las de los patronazgos de las iglesias parroquiales: San Andrés, San Julián, San Esteban, San Miguel, Santiago… y probablemente también las de las conventuales: San Bernardo, San Francisco, Santo Domingo, la Virgen del Carmen, la de la Merced… 

En estas vísperas arriacenses de tiempo ferial y festivo, termino ya con una frase de Buero contenida en su obra “Hoy es fiesta”: “Acabo de dar un consejo y no sé si es bueno: cambiar una loca esperanza por otra pequeñita, pero realizable”.