No Matarás: Parece una yonqui... ¿Qué puede salir mal?
David Victori nos ofrece un agobiante y frenético relato moralista sobre el sueño de una noche que termina convertido en pesadilla.
Director: David Victori.
País: España (2020).
Reparto: Mario Casas, Milena Smit, Joaquín Caserza, Victor Solé, Elisabeth Larena.
Años 90. Una joven se va de viaje de fin de curso a Italia. Allí conoce a un muchacho y en una noche de pasión... se apasionan. Al día siguiente despierta. Él ya no está y en la cama ha dejado una caja, un regalo. La chica lo abre y en su interior encuentra un pájaro muerto y una nota del chico: “Así vas a terminar tú. Tengo Sida”.
¿Recuerdan la historia? Era una leyenda urbana de esas que se contaban a las niñas para que no fueran regalando su tesoro por ahí, a lo loco. Hemos cambiado de siglo, pero los relatos ultraconservadores y moralistas siguen ahí, aunque a lo mejor ni sus propios creadores sean conscientes de ello.
Dani (Mario Casas) es un chaval bueno, pero bueno de verdad. Ha pasado años cuidando de su padre y, cuando éste finalmente fallece, le llega el momento de vivir. Su hermana, que le quiere mucho por que él es bueno, pero bueno de verdad, le anima a cumplir el sueño de su vida: dar la vuelta al mundo en avión. Él vence sus temores, porque además de bueno de verdad es tímido, y decide a hacerlo. Pero la noche antes de partir, una chica le pide dinero prestado en un bar. Una chica con pinta de yonqui, para qué negarlo, pero él, que es bueno de verdad, se lo deja. Y a la salida del bar, ella le está esperando y le dice que le acompañe, que le va a devolver el dinero. Y él, que además de bueno de verdad es tímido, acepta. Porque Mila (Milena Smit), que así se llama ella, además de parecer una yonqui altamente inestable, también es muy sensual, tan sensual como un sueño húmedo. Así que Dani decide adentrarse en la noche con una chica con pinta yonqui, inestable y sensual. ¿Qué puede salir mal?
No matarás cuenta con un gran aliciente: la forma. Tiene un ritmo potente; una banda sonora que no es brillante, pero apoya en todo momento la narración; y las ideas muy claras en su apuesta estética y el uso de la cámara. Pero por desgracia se le pilla rápido el truco al planteamiento.
Que el personaje de Mario Casas sea un buen chico lleno de sueños es el anzuelo para hacernos empatizar con él. Queremos que le vaya bien... porque se lo merece más que nadie. Queremos que se vaya de viaje e incluso que se dé un homenaje con Mila antes de coger el avión.
Ayuda, y mucho, Milena Smit. Está ‘mu loca’ y se la ve venir de lejos, pero tanto ella como Victori logran componer y grabar un personaje embaucador al que, una vez se le ha dado la oportunidad de meter la patita en tu cabeza, uno se ve siguiendo por todas partes.
Mario Casas tampoco es que tenga que hacer mucho, porque su aventura en ese momento es la nuestra. Es un buen chico que se merece algo especial... un breve romance en el que podamos acompañarle como si también fuera el nuestro.
Y después llega el drama... el terror, más bien. Victori podría haber optado por el humor, por seguir los pasos de Algo salvaje, pero en vez de eso nos introduce en una pesadilla grabada con muchos planos secuencia casi subjetivos, como si de un videojuego se tratara.
Qué lastima, de la risa se pasa al relato agobiante. Toda la empatía previa no es más que una herramienta para atrapar al espectador en el sufrimiento de Dani. Un sufrimiento que ni siquiera sabemos muy bien dónde va o qué quiere contarnos. Una noche en la que el bueno y tímido Dani se convierte en el bueno y asustado Dani. Tan asustado que a veces nos preguntamos si estará pensando con la cabeza. Y todo rematado con un plano final, una ruptura de la cuarta pared, que realmente no significa nada. Porque la historia de Dani no es una aventura, es un ultraconservador retrato moralista. El pájaro está muerto y la chica tenía sida.