Puente de la Constitución...1931


La lucha de las mujeres por conquistar la igualdad es una gesta inconclusa y en muchos lugares heroica, pero lo cierto es que desde su inicio hace más de doscientos años ha cambiado la faz del mundo.

Cuando estén leyendo estas palabras quizá ya se encuentren disfrutando del puente de la Constitución, una festividad que representa, entre otras muchas cosas buenas, la llegada de las libertades a nuestro país y el espíritu de concordia de la población española.

Unos días más tarde del 6 de diciembre, concretamente el 9, también podremos conmemorar otra gran efeméride, que no es otra que la aprobación de la Constitución de 1931 en la que se consagraba, por primera vez en nuestro país, la igualdad entre los hombres y las mujeres. Igualdad en todos los ámbitos, incluido el de los derechos políticos, esto es, la posibilidad de votar, ser votadas y ocupar cargos públicos.

Hablar de la II República en estos momentos de crispación resulta un tanto arriesgado, pero con honestidad he de manifestar que, al margen de la consideración que a cada cual le merezca esa etapa de nuestra historia, hay dos cuestiones indiscutibles: que se trataba de una democracia (sin obviar sus imperfecciones, equivocaciones y excesos) y que abrió un nuevo y amplio espacio de oportunidades para las mujeres que, con la dictadura de Franco de por medio, no volvimos a disfrutar hasta cuarenta y dos años más tarde.

La lucha de las mujeres por conquistar la igualdad es una gesta inconclusa y en muchos lugares heroica, pero lo cierto es que desde su inicio hace más de doscientos años ha cambiado la faz del mundo. El sufragio universal y sin restricciones es una condición sine qua non para cualquier democracia de la que las mujeres nos hemos visto privadas durante mucho tiempo, por ello, me parece que recordar este gran logro y a su principal artífice, Clara Campoamor, es un humilde acto de justicia histórica.

Muchas veces me he preguntado si alguna vez Clara Campoamor pisó tierras alcarreñas, cosa que no debió suceder (y si ocurrió no se halla constancia de ello). Sin embargo, otra de las diputadas constituyentes, Victoria Kent, por unas horas estuvo en Guadalajara tras haberse averiado el coche en el que viajaba, según nos informa Flores y Abejas en 1931.

Homenaje de la Unión Republicana Femenina en 1932 a las Cortes Constituyentes de la II República por el reconocimiento a los derechos civiles y políticos de las mujeres recogidos en la Constitución

La directora general de Beneficencia aguardó a que arreglaran el automóvil en compañía de dos de nuestros diputados: Martín y Serrano Batanero (al que rendimos homenaje con una vindicación del 12 de marzo, donde ensalzamos su coherencia, bondad y compromiso con la educación de las mujeres y la abolición de la prostitución), quienes tuvieron el detalle de obsequiarla con unas cajas de ricos bizcochos borrachos.

No sé qué le parecería esta accidentada visita al canónigo de la catedral de Sigüenza, que fue candidato perdedor del partido Acción Nacional, afín a Primo de Rivera. También en Flores y Abejas, el señor Yaben se pronunció a favor de que el anteproyecto de Constitución recogiese el voto femenino, pues pensaba lo siguiente de las mujeres españolas: «más valientes, más abnegadas y con mayor espíritu de sacrificio que los hombres, sabrán llevar a Cristo a las leyes y hacer que los derroteros de España se dirijan por un camino de triunfo y de engrandecimiento, contribuyendo al mismo tiempo al bien de toda la humanidad».

Volviendo a Clara Campoamor, tengo la impresión, creo que compartida con más gente, de que casi todos los partidos políticos desean atribuirse el ser los herederos de esta brava mujer. Son las paradojas humanas, pues la realidad es que Campoamor fue repudiada por muchos partidos de izquierdas, rechazada por los de derechas y despreciada por el suyo propio, el Partido Radical, que decía ser de centro.

El legado de Clara Campoamor es inmenso, pero es ahora cuando tenemos capacidad para apreciarlo. El pago que recibió por su titánica batalla a favor de las mujeres y de una sociedad más digna para todas las personas fue el ostracismo primero, el exilio después y, por último, un olvido de demasiados años. Incluso algunos homenajes oficiales que se le rinden en la actualidad, me temo que no se hacen con la solemnidad con la que se trata a los grandes hombres de Estado, como si conseguir la ciudadanía plena para la mitad de la población fuera poca cosa.

En su época, al igual que hoy en día cuando se habla de mujeres que utilizan los espacios de poder no para agradar al resto sino para luchar por sus congéneres, se la intentó ridiculizar en numerosas ocasiones. Incluso en el Flores y Abejas (nuestro notario histórico favorito), se pueden leer coplillas como las siguientes a propósito del posicionamiento de Clara Campoamor a favor de la ley del divorcio en 1932:

 

Y eso que como Clara

no reza a San Antonio

porque es incredulilla,

se va quedar sin novio.

Pero continuar célibe

no la importa un comino, 

pues ella, si labora,

es por el feminismo.